Perdedores sin fuste
¿A qué les suenan expresiones como éstas?: "Esto lo tenemos que sacar adelante todos juntos". "Aquí no sobra nadie, todos los esfuerzos son pocos". "Esto es un trabajo de equipo". La lista es interminable. ¿A qué les suena? Inmediatamente el cerebro, quizás por su forma entre redonda y ovalada, nos conduce al fútbol, esa suerte de pasión donde se convocan todas las alegrías y todas las tristezas, pero con una fecha de caducidad tan reducida que evita los dolores de corazón. Pues no, no estaba yo pensando en eso precisamente, sino en otro tipo de partidos, los políticos, que, como los buenos tunantes, viven noches alegres y mañanas tristes. Ni la discrepancia ni la sinceridad han sido principios fundamentales de las organizaciones políticas. La ambición travoltiana de sentirse Dios en la tierra les hace a menudo intentar escribir derecho con renglones torcidos. Pero, por muy torcidos que sean los renglones, se les entiende bastante bien. Como siempre repiten las mismas cantinelas, no puede decirse que engañen a nadie. La noche electoral del 9 de marzo, cuando todos ganaron, esa noche alegre para casi todos (menos para la esposa de Rajoy, que algo sabía) sólo presagiaba mañanas, muchas mañanas tristes para todos (menos para el PSOE, que sí había ganado).
Oyendo a sus exégetas, María San Gil es María Coraje y nada más
Las historias de perdedores han tenido siempre mucho atractivo. Desde que Humphrey Bogart tuvo que renunciar a Ingrid Bergman en Casablanca, con esa dignidad que sólo el actor de New York sabía transmitir en la pantalla, los perdedores han gozado de buena salud, lo que traducido al español más cañí significa que se ponen bravos, muy bravos. Veamos. María San Gil, por ejemplo. Esta chica aún no ha ganado nada, no se le conocen éxitos rotundos y, sin embargo, recoge un porcentaje de halagos (de los suyos) que sonrojarían al Gran Wyoming. Oyendo a sus exégetas del partido, María San Gil es María Coraje y nada más. Ni un retazo sobre su capacidad estratégica, ni una línea sobre la profundidad de su argumentario político, sobre su versatilidad. Todo el libro de salmos de sus amigos del PP se basa en su condición de víctima. En esa desgracia (de estar amenazada) se basa el mérito que se le atribuye. Ese y el de estar arropada por otro gran perdedor del PP, Jaime Mayor Oreja. Ni la una ni el otro tienen, sin embargo, el carisma de Humphrey. Todos sabíamos, cuando salimos del cine, que siempre nos quedaría París si Maria Luisa, Maria Antonia o Evaristo nos dejaban en la escalerilla del avión. Maria San Gil y Jaime Mayor Oreja sólo saben que siempre les quedará Aznar.
Hay más. El incombustible Javier Madrazo, con la derrota más sonada de su coalición y el oprobio de sus concejales en Mondragón, ha vuelto a ser elegido jefe supremo de Ezker Batua (¿unida?) porque en su opinión la presencia en el tripartito ratifica su perfil de izquierdas en vez de desdibujarlo, como opina su contrincante Oskar Matute. Una de dos: o tiene razón Matute o cada vez hay menos votantes de izquierda (cosa harto dudosa), porque el trompazo de EB en las elecciones tuvo que ser por algo más que la pinza del PSOE o el boicot informativo. Y qué decir de Ibarretxe, el gran perdedor. Nada nuevo. Entre Humphrey, Nicolas Cage o James Dean y todos estos figurantes de hoy en día la distancia es tan grande como la que separa París de Casablanca. Euskadi de por medio.
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