Corruptelas discretas
Una tópica expresión arrefranada sugiere que la vida imita al arte. La vida en Coslada durante el régimen de terror impuesto por el pícaro jefe de policía Ginés Jiménez se parecía mucho a las turbias novelas de James Ellroy, autor de Los Ángeles Confidencial y La Dalia Negra, o a las películas de Sidney Lumet, como El príncipe de la ciudad y La noche cae sobre Manhattan. Tramas oscuras en las que los policías, guardianes platónicos del sueño de los ciudadanos, tejen densas redes de corrupción que compiten despiadadamente con los grupos criminales o los extorsionan a cambio de protección. Es la tentación de El otro lado de la ley que cantó Johnny Cash. El caso de Ginés y su pandilla de polis extorsionadores figurará en los manuales de gramática parda porque demuestra que la corrupción tiene damnificados. Son los ciudadanos que viven fuera del círculo de engaños de los maleantes y malos policías quienes sufren en silencio sus chantajes. Como se verá a continuación.
Con no poca ingenuidad, uno de los empresarios atornillados por el sheriff Ginés ilumina una de las eternas incomodidades de la gran ciudad: el misterio de esas calles atestadas de vehículos mal aparcados frente a locales de ocio, que nunca reciben la más pequeña sanción. Explica que el ex jefe de Policía visitaba su local, se echaba al coleto una o varias botellas de Moët & Chandon y se iba sin pagar. "Es el peaje que teníamos que pagar para que la calle estuviera con coches en segunda fila. Si hubiera mandado dos coches a la hora de comer, nos habría arruinado. Con eso y con la grúa se viene abajo el negocio".
La lección del restaurador extorsionado ratifica que algunas prosperidades comerciales sobreviven gracias a discretas corruptelas. El rigor extremo, sea en las infracciones de tráfico, en el tratamiento alimentario o en la normativa sobre ruidos, es gravemente perjudicial para la salud de según qué negocios. Funcionan mejor con permisividad y gramática parda. Ginés Jiménez estaba en el lugar adecuado para explotar esas discretas debilidades que acaban por convertirse en grandes atascos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.