_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Satanás en la Feria

En los monumentos del Parque del Retiro conviven con el diablo escritores tan notables como don Benito Pérez Galdós, sin que de las relaciones que como vecinos hayan establecido Belcebú y el novelista se conozca ningún efecto diabólico no atisbado con anterioridad. El monumento que allí tiene el ángel caído es único en el mundo. Pero no creo que el Ayuntamiento y los organizadores de la Feria del Libro de nuestra ciudad tuvieran en cuenta la vecindad del demonio para ponerse a su sombra. De ser así no podrían contar con el arzobispo de Madrid para que firme sus libros en la Feria ni con los fieles que requieran su firma. Esta vez Antonio María Rouco Varela no firmará Alto y claro, un libro que contiene conversaciones con él, porque ha ordenado que sea retirado de la venta, sin que a primera vista parezca que el diablo haya inspirado su decisión, aunque monseñor declare en el libro a Satanás principal enemigo de la Iglesia católica española. Pero lo declara tal, no llamándolo por su nombre, sino por su título: "príncipe de este mundo". Es decir, evitando no coincidir con el periodista Federico Jiménez Losantos, que ha llamado Satanás al alcalde de Madrid sin más remilgos aristocráticos.

Rouco no firma, y cuánto color daría al festejo librero si lo hiciera con su ropa púrpura

Pero los libros no sólo encierran diabluras, aunque los mejores no renuncien a ellas, sino que contienen a veces materia de catequesis. Porque un libro puede ser también desde un manual práctico a un compendio de predicaciones, como lo demuestra el hecho de que en la Feria madrileña formen largas colas los fieles ante los gurús que firman sus alegatos intolerantes para llevarse después el libro a casa como un manual de instrucciones o como una reliquia bendita. La literatura es una cosa y el libro, naturalmente, otra. Y no digo que el lector de la buena literatura no se sienta tentado en algunos casos por el fetichismo y busque tocar en la Feria del Libro a su escritor o escritora venerados. Aflora allí, además, la complicidad entre quienes inventan mundos que amplían nuestras vidas y el lector que penetra en esos mundos, o entre quien logra transmitir la emoción que nuestras vidas encierran y quienes gozan con ellos de esa emoción, o entre quienes reflexionan con rigor sobre el mundo que queremos y el mundo que tenemos y los que participan de esa reflexión como lectores. Puede tratarse de autores muy diversos y con distintas calidades, de autores para variados gustos y con una suerte u otra en la venta de sus libros, al igual que sus lectores son, más cultos o menos, más entusiastas de lo popular o disfrutadores de ficciones de mayor o menor complejidad, pero lectores. El libro puede ser, entre otras cosas, un paisaje de aventuras muy hermoso y una buena ocasión de pecar con la imaginación del lector y el autor, ya que el placer de leer es tan variado como mágico.

Y a lo mejor eso es lo que aparta a algunos fieles de Rouco del placer de la lectura. Y son esos fieles los que viven ahora un gran desconsuelo por no poder leer un libro de conversaciones con su cardenal que su cardenal ha prohibido. Cualquier malpensado puede ver en esta tensión entre el arzobispo y sus editores una estrategia de marketing para que el libro se lea más entre los discrepantes de Rouco que entre sus seguidores, que es lo que seguramente va a ocurrir. De modo que el enemigo de Rouco no se verá privado de conocer lo que piensa el arzobispo sobre las carencias democráticas de la España laica, mientras sus seguidores han de aceptar la voluntad de su pastor y, ya que las librerías católicas han devuelto el libro a sus distribuidores, les tocará mortificarse y no adquirirlo en las librerías independientes o perseguidoras de la Iglesia, que también debe haberlas. A pesar de la resignada aceptación que les exige la obediencia, considerarán, y se entiende que lo consideren, que es una lástima no llegar a lo que el libro les habría conducido: permitirles hablar con su arzobispo, conocerlo mejor y, ahora que Mariano Rajoy se ha serenado, saber por boca de la Iglesia que preside cómo y por dónde se rompe España o por dónde España rompe su Iglesia. Bien es verdad que si Rouco no firma en la Feria, y cuánto color daría al festejo librero si lo hiciera con su ropa púrpura, sí lo hace su cuadro de autores de la cadena de radio de su irresponsabilidad en una misma línea de pensamiento. Pero no se trata de animar a Ruiz-Gallardón a que lleve a Rouco a los tribunales como ha llevado a Jiménez Losantos, no ya por empresario del medio en el que lo han injuriado tan gravemente como a otros, sino como posible inductor del periodista a ver retratado a Satanás en el mismísimo alcalde de Madrid.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_