Rufus Wainwright seduce en el Auditorio con su pop de cámara

El público obedece a Rufus Wainwright, que hace tiempo trascendió la imagen de penúltimo icono del pop. Sobre el talento del neoyorquino, diez años después de su debú, no hay dudas. Puede interpretar a Gershwin, añadiéndole drama romántico, con la misma solvencia y falsete con la que relata largos sueños con cristal.

Algo de esto hubo el pasado domingo en el Auditorio de Galicia, en el concierto que cerró Sons da Diversidade. Al piano o con guitarra acústica, desgranó algunos de los temas de su quinto álbum, Release the stars. De paso, aprovechó para desatar todo el barroquismo de su voz sobre una discografía de múltiples lecturas. Como es ley en el indie que se acerca a la música de raíz. sin complejos: caben Broadway, música de cámara, pop agridulce e imposturas vocales. De Elton John a John Cale, como en el sincopado Leaving for Paris nº 2.

Sonaron también Not ready to love, Nobody?s off the hook o Going to a town, que introdujo con un desmentido: "No estoy harto de América. Vivo en Nueva York, amo a Barack Obama y a las mujeres, aunque soy homosexual. Bueno, amo a todo el mundo". En el mismo tono confesional e irónico, Wainwright repasó el pasado. Desde This love affair o Beauty mark, que abrieron el concierto de piano, a California o Rebel prince, del álbum Poses (2002).

La chanson llegó con los bises, que incluyeron un Hallelujah más arrimado a la fragilidad de su amigo Jeff Buckley que al estándar de Leonard Cohen. El sector más emocional del público se puso en pie para despedir al autor de Gay Messiah en la ciudad del Apóstol. La próxima reencarnación de Wainwright, de 35 años, comenzará con una ópera.