Progreso
Como para lanzar cohetes, pero a nuestros pies, en plan fustigue. El último informe anual de Amnistía Internacional hace temer que sea cierta la teoría de un amigo mío que insiste en que el Cromañón no sobrevivió al Neandertal sólo porque éste fuera menos hábil para adaptarse a las circunstancias ambientales, sino porque también el pobre era más bondadoso y pacífico. Características que extinguen cantidad, como sabemos, aparte de resultar poco rentables.
Desarrolladas hasta la filigrana y mejoradas a lo largo de milenios, las cualidades del abuelo Croma -a quien alguien pasado de ego rebautizó Homo sapiens- en este brioso comienzo del siglo XXI han coronado una meta digna de nosotros. La refinada consecuencia de ese saber adecuarse al medio, ese poseerlo, ese explotarlo, junto a otra condición no menor, la de tener estómago para infligir cualquier daño a los demás que resulte en nuestro provecho, arroja el más lamentable balance en derechos humanos de los últimos tiempos. Éste es un mundo en el que, según la presidenta de AI, Irene Khan, "la injusticia, la desigualdad y la impunidad son hoy las marcas distintivas". En su libro La fuerza de los pocos, Andrés Ortega recuerda un juicio de Foucault sobre el Occidente capitalista, "la sociedad más dura, más salvaje, más egoísta, más deshonesta y opresiva que quepa imaginar". Notemos que, como Ortega añade, "hoy, salvo excepciones, el mundo entero es capitalista". Pero capitalista de ahora. Sin complejos ni escrúpulos. La especie humana, que logró ponerse en pie habiendo salido de una charca, ha conseguido lo que parecía imposible: convertir el planeta en una ciénaga, un lodazal que apesta a enfermedad moral, a sangre y a pasta gansa.
Sí, es para echarnos cohetes. Y filmarnos con el móvil y colgar el vídeo en la Red, en la sección dedicada al Progreso.
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