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La oposición, burlada

Quienes todavía duden de las cualidades políticas de Francisco Camps, harían bien en revisar su opinión tras lo sucedido el jueves en las Cortes. Lo que debía de haber sido un agrio debate sobre la televisión valenciana, se convirtió, gracias a la habilidad de Camps, en un pequeño incidente sin relevancia. Le bastó para ello al presidente movilizar a cuarenta altos cargos de sus consejerías y sentarlos en la tribuna de invitados. Con esta sencilla estratagema, ganó la mano a la oposición y burló a los miembros de la plataforma para la radio televisión pública, desterrados a la sala Vinatea. Al día siguiente, en los diarios apenas se hablaba de la desastrosa situación de Canal 9, y toda la atención era para este episodio.

Cualquiera que sea el juicio que nos merezca la jugada de Camps, no podemos dudar de lo excelente de sus resultados. Y, en política, no lo olvidemos, son los resultados los que cuentan. La opinión pública siente debilidad por los listos, a los que admira, como acabamos de ver en Italia. Podemos calificar la conducta de Camps con los adjetivos más escandalosos que encontremos, pero dudo que el desahogo haga alguna mella en quien acaba de festejar al alcalde de Torrevieja. Cuando uno se presta a homenajear en público a un individuo como Hernández Mateo y lo expone como ejemplo a los ciudadanos, demuestra estar curtido en la política. El político -Camps lo sabe, y lo lleva hasta sus últimas consecuencias- suele andar ligero de equipaje moral.

El problema, como acabamos de ver, una vez más, no es Camps, que se limita a defender sus intereses, sino la oposición. Por diversos motivos, no acierta la oposición a construir un discurso que tenga un mínimo de atractivo para el ciudadano. Los esfuerzos que realiza el portavoz Ángel Luna en las Cortes -esfuerzos que todo el mundo reconoce-, nunca alcanzan la resonancia suficiente para llegar a la calle. Falla esa amplificación capaz de transmitir de un modo claro a los ciudadanos los asuntos que se discuten en el parlamento. Esa carencia no se remediará, desde luego, a base de escribir artículos bienintencionados en los periódicos, como algunos creen.

El caso de la radio televisión valenciana es un ejemplo de lo que venimos hablando. Todo el mundo admite que Canal 9 no tiene otro objetivo que servir al gobierno, y que sus informativos no son otra cosa que propaganda. Esto no es una opinión política, teñida por el partidismo; puede confirmarlo cualquier persona que haya seguido los telediarios con alguna asiduidad. En Canal 9, los partidos de la oposición no existen, y se hace gala de un maniqueísmo extremo ante cualquier cuestión política o social. ¿Existe alguna diferencia sensible entre Canal 9 y la televisión de un caudillo como Hugo Chávez? Pues bien, aún no se ha conseguido trasladar esta idea tan sencilla a la opinión pública de un modo efectivo.

El incidente del pasado jueves en las Cortes ha mostrado también la debilidad que suele acompañar a las iniciativas ciudadanas. La voluntad que anima a los componentes de la plataforma está fuera de duda. Estas personas aspiran a disponer de una televisión pública que sirva a los intereses de todos los valencianos, y no sólo a los de un grupo de políticos, como sucede ahora. Paradójicamente, estas buenas intenciones son insuficientes cuando no se tiene el respaldo de la política. Hace tiempo que la política profesional expulsó a los ciudadanos del espacio de la política. El error de los partidos de izquierda en este asunto ha sido fenomenal, y ahora pagamos las consecuencias.

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