'Modelo Barcelona' y democracia municipal
Más que un problema político, que también, es un problema de tradición: los socialistas se creen los amos de la finca, no por prepotencia, sino por rutina mental. Una tradición siempre implica una reiteración, algo que se mantiene intocado a lo largo del tiempo. Y eso es, tratándose de Barcelona, el modelo. Un modelo que a estas alturas ya hace agua, pero que en su día transformó de forma brillante la ciudad, que la puso en el mapa -sin parar mientes en las consecuencias del gesto-, que le dio orgullo y motivo para crecer. Y que, además, sirvió de patrón para la gran operación de la dignidad en las ciudades del antiguo cinturón industrial. Ahí es nada.
Así que la tradición establece que CiU tiene una idea consistente de lo que hay que hacer con Cataluña y que el PSC la tiene sobre la vida y obra de las ciudades, y que ninguno de los dos puede entrar impunemente en el terreno del otro. Eso se lo han creído los partidos, los líderes y los ciudadanos. Nadie confía en el intercambio de papeles, ni siquiera cuando se han empezado a intercambiar los poderes. Del mismo modo que el PSC vacila cuando le toca pensar en el país como proyecto, hay un espacio para un proyecto urbano alternativo, no como enmienda a la totalidad pero sí como acento, como rectificación delicada del rumbo. Pero CiU no ha sido capaz de formularlo, y esto tiene traducción electoral y tiene traducción en la debilidad de una oposición municipal que no es tan política como táctica e inmediata; o immediatista.
El gobierno en minoría gestiona ese 'modelo Barcelona' que sólo ellos se creen capaces de sostener
El gobierno en minoría de Barcelona (PSC más ICV) está convencido, por pura rutina, de que son los únicos que saben qué hay que hacer con la ciudad. Lo saben tanto que son incapaces de reformular el modelo más allá de la coletilla que han incorporado al discurso, la "cohesión social", que no es nunca un proyecto global, sino la consecuencia -excelente consecuencia- de hacer las cosas bien. La cohesión siempre viene por añadidura: es lo que hay que vigilar mientras se va avanzando hacia el objetivo. Pero Barcelona hoy no tiene proyecto. Es una alegre ciudad de provincias, un punto decadente, con menos futuro que turismo; con mucho mérito, con innovación y talento, pero sin proyecto. Una ciudad deshilachada. Por eso, el alcalde Hereu ya no es, como sus antecesores, un personaje de referencia. Y por eso, a pesar de que nunca Barcelona había estado tan bien dotada de equipamientos, la gente no está contenta.
Lo de dividir los temas en obra de gobierno o decisión del plenario es una metáfora: se ha vaciado de poder al plenario para que el gobierno en minoría pueda seguir gestionando ese modelo Barcelona que sólo ellos se creen capaces de sostener. ¿Cómo escuchar a los que no saben?, se dicen sin decírselo. Por una vez, sin embargo, a Barcelona le falla la estética: si los plenarios no tienen potestad alguna, si el gobierno continúa ejecutando lo que el plenario anula, entonces sería mejor no celebrar ningún otro plenario. Pero Barcelona siempre es una imagen en un espejo.
Patrícia Gabancho es escritora.
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