María San Gil desata el cataclismo
Referente contra ETA y cuestionada por algunos de los suyos, ahora es un quebradero de cabeza para Rajoy
Hubo muchos fines de semana así: María San Gil, con sus dos hijos, encerrada en casa, sin poder salir al parque de los columpios por un miedo cierto a que un pistolero de ETA la matara delante de los pequeños. Mientras la familia se consumía en casa un sábado por la tarde, abajo, en la calle, una turba de energúmenos abertzales gritaba lo suficientemente alto como para que dentro de casa el mensaje retumbara bien claro: "Asesina, asesina, asesina".
Debido a situaciones como ésta, María San Gil, la presidenta del PP en el País Vasco, no es un líder político común: es algo más, o menos, pero distinto. Una especie de símbolo, la encarnación de la lucha por la libertad de hacer cosas normales como llevar al niño al tobogán en una tierra en la que para algunos eso es imposible. Por eso, su negativa a participar en la presentación de la ponencia política del congreso de junio y la afirmación de que había perdido la confianza en Mariano Rajoy ha conmocionado las bases de un partido ya de por sí convulso. El nuevo PP de Rajoy, al mover en bloque su perfil para moderarlo, ha tocado un punto sensible: como el dentista que pinza el nervio vivo de la muela que manipula y que hace saltar de dolor al paciente.
La dirigente vasca ha conmocionado a un ya de por sí convulso PP
Los últimos resultados electorales no le han acompañado
Presenció cómo un etarra mataba de un tiro al concejal Gregorio Ordóñez
"El PP busca una nueva actitud en el País Vasco", dice un político popular
Entró en política impelida por un compromiso con su jefe asesinado
"Sin ella haremos una política con más cintura", añade un miembro del PP
María San Gil es ese nervio al aire que concentra la, para muchos, esencia del PP. Tocarla ha hecho reaccionar al cuerpo entero del partido. Algunos, como la alcaldesa de Lizartza (Guipúzcoa), Regina Otaola, la respaldan en todo al considerarla una persona de ideas claras, con proyecto, que ha dado todo por el partido. Otros políticos vascos aseguran que afrontar lo que San Gil afronta y ha afrontado da idea de su valentía, su coraje y su enorme conciencia cívica. "Pero ir con escolta no te da la razón", añaden. "Además", agregan, "aquí todos vamos con escolta".
Nació en San Sebastián en 1965 y estudió Filología Bíblica Trilingüe en la universidad de Salamanca, después de que en COU se enamorara del latín. Entró en política de la manera más traumática posible: el 24 de enero de 1995 comía en un restaurante de la parte vieja de San Sebastián con su jefe, el carismático concejal Gregorio Ordóñez. San Gil era su secretaria y se había convertido en su mano derecha. Entonces entró en el local el etarra Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, con la cabeza cubierta con una capucha y una pistola en la mano. Se acercó a la mesa. Ordóñez quedaba a su espalda. San Gil, de frente, vio al etarra colocarse junto a Ordóñez y apoyar la pistola en su nuca.
La secretaria tuvo tiempo de pensar "vaya broma macabra" antes de que el disparo reventara la cabeza del concejal. Txapote huyó. San Gil salió detrás de él pero, cuando el asesino tropezó en un escalón, se detuvo en seco y mientras le veía correr se preguntó: "¿Qué estoy haciendo?".
Cuatro meses después, en mayo, se presentó a las elecciones municipales en la candidatura que encabezaba Jaime Mayor Oreja y salió elegida concejal. Una persona que la conoce desde entonces asegura que decidió figurar en la lista impelida más por un compromiso personal, casi como una deuda con el que era su jefe, que por una clara vocación de ocupar un cargo. La actual portavoz del PP en el Ayuntamiento de San Sebastián, María José Usandizaga, recuerda la armonía y la brillantez con la que trabajaban juntos Ordóñez y Gil. Y añade que, si a él no le hubieran asesinado, ella no se habría presentado.
De cualquier modo, resultó una revelación: franca, enérgica, clara, con genio, destacó por su facilidad para decir cosas evidentes que pocos se atrevían entonces a decir en el País Vasco. Cuando la amenazaban en la calle los radicales pro-ETA, ella les respondía denunciándoles ante el juez, algo que habría hecho un ciudadano corriente en cualquier otra parte de España pero que en aquellos años no se hacía en Euskadi.
Algunos de los que entonces estuvieron con ella caracterizan esa etapa, precisamente, como la de una persona normal que se metió en política a fin de devolver la vida normal a su tierra.
Con los años empieza a convertirse en un símbolo para el PP y para el resto de España. Un político popular recuerda que hubo un mitin en Vizcaya en el que un hombre se acercó a San Gil para contarle que había viajado desde Canarias sólo para saludarla. A veces, los guardaespaldas tenían que emplearse a fondo para que los militantes y simpatizantes no la ahogasen a abrazos. "Era un poco como si llegaran los Rolling Stones", recuerda este político del PP.
Fue concejal en la oposición, primer teniente de alcalde, cabeza de lista del PP en el Ayuntamiento, miembro de la Ejecutiva Nacional... Gozó de dos mentores de peso: José María Aznar y Jaime Mayor Oreja. En julio de 2004, fue elegida candidata del PP a lehendakari; en noviembre, presidenta del PP en el País Vasco.
Personas cercanas a ella aseguran que se resistió a ambos cargos. Según recuerda un político vasco crítico con San Gil, ésta ganaba profesionalidad a la misma velocidad que perdía frescura, comenzó a aislarse y se enrocó en unas ideas (ningún acercamiento al PNV, por ejemplo) que consideró desde entonces inamovibles: "Pasa de defender un ideario a considerarse su encarnación pura y única".
Tal vez por su carácter de símbolo de alcance nacional, no pierde potencia. En noviembre de 2006, más de diez años después del asesinato, en una sala de la Audiencia Nacional San Gil vuelve a cruzarse con el hombre que mató a Ordóñez, ahora encarcelado. Tras terminar de declarar, la líder del PP vasco se levanta y pasa por el lateral de la habitación de cristal blindado donde permanece Txapote. La mujer, vestida con una chaqueta negra, erguida, gira la cabeza para mirar a la cara del asesino, en un gesto de rabia y dignidad, de desprecio y de coraje que fue reproducido por todos los telediarios del día.
Sin embargo, los resultados electorales no le acompañan. En las últimas elecciones, el PP perdió votos, sobre todo, en el País Vasco. La alcaldesa Regina Otaola, también convertida ella misma en un icono de la resistencia, considera que San Gil gana adeptos para el PP en el resto de España. Otros dirigentes políticos vascos no lo tienen tan claro.
Esta semana se ha convertido en el penúltimo quebradero de un atribulado Rajoy al asegurar en una rueda de prensa que no confía en él. El símbolo no confía en el líder. La razón: a San Gil le costó "un esfuerzo titánico" introducir en la ponencia política del próximo congreso sus ideas de siempre.
El hecho desconcertó a la mayoría del PP vasco. Y la explicación aún más. "La ponencia política había acabado admitiendo las ideas de San Gil, pero ésta se enfadó porque tuvo que discutirlas. Pero eso es la democracia ¿no? Discutir. Tal vez ella ha perdido la práctica de oír a los demás", explica un político vasco.
Algunos ven la sombra de un ambicioso Mayor Oreja en el desplante. Otros lo atribuyen al carácter cerrado e introvertido de una María San Gil en la que no reconocen a la concejal animosa de los primeros años.
¿Qué vio San Gil en el nuevo PP de Rajoy para alarmarse?
"No hay cambio ideológico; pero sí una nueva actitud con respecto a los otros grupos políticos y a la manera de hacer política en Euskadi. Ya no va a valer el no por el no, el tensar la cuerda siempre. A lo mejor se trata de sentarnos con Ibarretxe para decirle que no. Pero sentarnos", opina un político vasco crítico con la actitud de San Gil.
Otro miembro del PP aventura un futuro: "Ella quiere irse. Y eso será un trauma para todos nosotros. Porque ella lo ha sido todo. Pero también nos permitirá hacer política de una manera más libre. Con más cintura. Porque la vida está en la cintura".
Este dirigente popular considera, con pena, que San Gil, que empezó siendo una persona normal metida en la política, ha acabado convertida en una política profesional que, a fuerza de padecer situaciones extraordinarias, se ha olvidado de la vida normal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.