Matamala
Situado en la Rambla, en la otra, en la que está libre de turistas sofocados por el frenesí de hoy en Salou mañana en Benidorm o de ese Macba de estatuas vivientes adquiridas a docenas en la cola del Inem, el Matamala ha logrado en poco tiempo convertir sus mesas en el objeto de deseo de los barceloneses y también de los barceloneses de adopción transitoria. De aspecto atractivo, pulcro, blanco como una odisea espacial, el restaurante de la familia Matamala, otra de las múltiples familias de los Rius catalanas dedicadas al negocio gastronómico, se presenta al ciudadano con la promesa de hacerle pasar un buen rato con sus tapas, sus platillos, sus cervezas, su carta de vinos o su tienda gourmet, rincón en el que se pueden comprar delicatessen para todos los gustos, desde sales de Maldon, de Guerande o ahumada, hasta sublimes mermeladas preparadas por Georgina Regàs en su museo de la confitura ampurdanés.
Ya en la antesala del restaurante, un jamón desmenuzado lentamente por un camarero con un cuchillo de matarife provoca chiribitas de placer en la retina del que espera en la cola. Un buen reclamo, la mejor mercadotecnia directa para provocar la gula y la salivación, tándem indispensable para, una vez asentadas las posaderas, dejarse arrastrar sin mesura por la oferta de una carta que va de lo típico tópico a, como dirían en los culebrones venezolanos, lo last de lo last. Así, podemos elegir croquetas de parmesano y tomate seco, o terrina de pies de cerdo y pulpo, o coca de foie micuit con gelatina de Ochoa Moscatel, o sopa de patata con emulsión de bacalao, o canelones de Barcelona con trufa, o un sinfín de platillos elaborados con bastante arte que invitarán a los clientes a hacerse preguntas tipo ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? Estoy de acuerdo con la opinión de un crítico respecto al huevo del siglo XXI. Es esnob en el peor sentido del término, y añado, lo sirven tan frío que parece un huevo del siglo XX. Una observación tan subjetiva como esta otra, fruto de unas declaraciones que acabo de leer: la envidia de Santamaría por Adrià empieza a ser preocupante. Es una lástima que el gran cocinero de Sant Celoni no aprendiera, cuando a finales de los ochenta se fue al Bulli a cultivar su técnica culinaria, dos de los fundamentos que han hecho de Adrià el cocinero mayúsculo: generosidad y modestia.
- Lo más: ese parque temático de 800 metros cuadrados.
- Lo menos: raciones pequeñas, precios excesivos. Es preferible no entrar hambriento si no se quiere salir en bancarrota.
- Dirección: Matamala. Rambla de Catalunya, 13. Teléfono 93 302 66 31.
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