Maldito cumpleaños
Tenía razón Borges -otra vez- al comentar cómo somos conscientes del olvido cuando volvemos a recordar. Por eso se han inventado las conmemoraciones, públicas y privadas, para alargar la pervivencia del recuerdo. Y, sin embargo -ahí habita la trampa-, esa memoria forzada y corporativa termina por ser una narración sin matices, una fórmula de control, la distorsión del relato y hasta un producto de marketing en los casos más bochornosos.
En estos últimos años se ha ido instalando, también entre nosotros, la moda de las conmemoraciones -heredada de los franceses, por cierto-. Cualquier excusa es buena para organizar escenografías conmemorativas y si el punto de partida es la Guerra de Independencia, la conmemoración acaba por ser doble, teniendo en cuenta las implicaciones directas de Goya. Los fastos preparados han sido variopintos: desde exposiciones solventes como la del Prado que, con buen criterio, rodea la guerra para hablar del artista -aclara su comisaria Manuela Mena- hasta iniciativas que secuestran al pintor como gancho. Algunas, populacheras y fotocopiadas, plagadas de heroísmos y casticismos, versionan una parte de la historia con descaro, si se tiene en cuenta que Goya simpatizó con los "afrancesados", esa clase intelectual que veía en la propuesta de renovación ilustrada cierta fórmula para salir del oscurantismo reinante en España. Qué forzadas, pues, todas esas lecturas nacionalizantes -tan antiguas- que se empeñan en colocar la iconografía de Goya sobre la guerra como eje de las reivindicaciones patrioteras "contra el francés". La realidad de sus anhelos parece muy diferente. Lo prueban los melancólicos retratados del Prado, las estampas de la guerra o hasta Los fusilamientos: Goya no ensalza el heroísmo popular, sino que, en un alarde de lo moderno, desvela la tragedia de la guerra, de cualquier guerra.
Además, ¿acaso es adecuado conmemorar aquel conflicto, teniendo en cuenta que el invasor de entonces es hoy aliado, amigo, cómplice? ¿Es lógico celebrar la expulsión de los franceses -por otro lado, en 1800 llamados por la monarquía española, no lo olvidemos- cuando su salida significó un siglo entero de retraso para este país?
Algunas respuestas se hallan en la sofisticadísima exposición que la Biblioteca Nacional de Madrid ha dedicado al segundo centenario. La muestra es, entre todos los fastos, la más antiheroica, la más anticonmemorativa: radicalmente ilustrada, en pocas palabras. El comisario, uno de los más distinguidos especialistas en Goya, Valeriano Bozal, ha sabido dibujar, a través de un conjunto de materiales delicados y sorprendentes, un conflicto actual al margen de toda histeria, arrebato nacionalista o ensalzamiento gratuito de la violencia.
Mapas, estampas satíricas, documentos, escenas cotidianas, retratos... arropan los fabulosos Desastres del pintor, poniendo a cada paso en entredicho las guerras y a quienes las inician o las ensalzan. Los héroes de la Biblioteca, anónimos y contemporáneos, se podrían intercambiar con imágenes del Vietnam, de Irak. Ése era el mensaje último de Goya, pues si nadie osaría pasar por alto la política expansionista y colonial del proyecto ilustrado y de Napoleón en particular, el destino de España tras la salida de los franceses no fue envidiable con la llegada de Fernando VII y el exilio de los intelectuales.
Da un poco de vértigo este discurso triunfalista, parece. Se empieza por expulsar a los franceses de Madrid y se termina por cancelar las suscripciones de las revistas científicas en los hospitales públicos. Total que con tanto cañonazo y tanta fotocopia de cuadro se me ha puesto la cabeza loca y en un arrebato me declaro "afrancesada", como Goya. Que sea lo que Dios quiera. "Vayamos francamente, y yo la primera, por la senda de la Ilustración", exclamo parafraseando a Don Fernando VII -por si acaso-.
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