Cuidado con el suelo
Ni cocinas ni salones, el lugar para el que se fabrican más piezas de mobiliario es la calle: bancos, papeleras y bordillos copan el 15% de la producción de muebles en España. Se busca que las aceras entren por los ojos, pero un asunto legendario, y sexista, no las deja convivir con la nariz: buena parte del asfalto nacional huele a orines.
Una amiga tiene una teoría: el hombre que se toca en público los genitales también escupe y orina en la calle. Dice que las mujeres no hacemos ni una cosa ni otra. ¿Por qué hay tantos hombres aliviándose por las esquinas? ¿Por qué asocian la visión de un alcorque con la imagen de un urinario? El corazón de muchas ciudades apesta a pipí de perro y a herrumbre de maleducado. Con o al final.
Por lo menos en España y hoy. En el mercado Khan el Khalili de El Cairo la cosa no funciona igual. Y en los barrizales medievales, entre las enaguas y la falta de baños públicos, la vida sería distinta. Ha habido iniciativas para acabar con el hedor. Fuenlabrada, en Madrid, cuenta con una ordenanza que multa con 1.200 euros a quien es sorprendido orinando en la vía pública. También Vigo, Sevilla o Barcelona cuentan con medidas que buscan preservar la dignidad de la vida en las calles. Una posible clave para erradicar el asunto podría buscarse en esa llamativa desigualdad de género que rodea tan hediondo asunto: el alivio público sí parece atribuible, en España, a los hombres -a cierto tipo de hombres, está claro-. Con ese problema por resolver y visto que resulta nauseabundo sentarse en algunos rincones, tal vez la cuestión a debatir no sea tanto si es preferible poner el banco Catalano de Clotet / Tusquets o los de línea inglesa de Miguel Milá, como si no sería mejor empezar por poner carteles, como los de antaño, donde había que recordar que estaba prohibido escupir.
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