Los combates en Líbano se extienden al bastión druso del este de Beirut
Los milicianos de Hezbolá atacan poblaciones y causan ocho muertos
La paz ficticia se mascaba ayer en Beirut oeste tras cuatro días de combates que enfrentaron a Hezbolá y sus aliados contra los partidarios del líder suní, Saad Hariri, que volvieron a casa para ser reemplazados por un Ejército que sólo intenta separar a los bandos. Lo consigue cuando los señores de la guerra le dan permiso. Pero el brote de violencia más grave que padece Líbano -50 muertos- desde el final de la guerra civil en 1990 se extendió ayer a la región del este de Beirut poblada mayoritariamente por drusos (una secta derivada del chiísmo y extendida sobre todo en Líbano, Israel, Siria y Jordania).
Hezbolá alega que los fieles al líder druso, Walid Yumblat, mataron a dos de sus milicianos y mantienen secuestrados a un tercero. Y repitieron la operación de Beirut. Atacaron en varios pueblos para dejarlos después en manos de los soldados. La mancha de la milicia chií se extiende sin freno.
El Estado libanés se desmorona ante la impotencia del Gobierno
El odio sectario, la división creciente en el interior de cada confesión, y las descaradas injerencias de EE UU, Francia y Arabia Saudí, en favor del Gobierno, y de Irán y Siria, patronos de la oposición, están destrozando Líbano. Libran las potencias extranjeras una guerra estratégica en suelo libanés. Eso sí, ayudados por los jefes feudales locales, que ponen todo su empeño para agravar el desaguisado. En la norteña Trípoli, fueron los leales a Hariri quienes atacaron ayer y la víspera sedes de sus enemigos y desataron los disturbios mortales. Allí se sienten fuertes.
En el sur y en el centro de Líbano, Hezbolá es el amo. Detesta a Yumblat, el cacique druso que lidera a sus huestes desde que su padre, Kamal, fuera asesinado hace tres décadas. Fue Yumblat, factótum en el Gobierno prooccidental de Fuad Siniora, quien denunció que Hezbolá ha instalado cámaras cerca del aeropuerto de Beirut para atentar contra él y otros dirigentes; quien acusó al general Wafik Choucair, encargado de la seguridad en el aeródromo, de connivencia con la oposición, y exigió su destitución. Quien más se revolvió contra la red de comunicaciones que ha tendido el partido fundamentalista chií. "Fue una torpeza descomunal", comentan analistas afines al Ejecutivo.
Los choques entre Hezbolá y los drusos dejaron ocho cadáveres. Dos de los fallecidos eran miembros de un partido druso aliado de Hezbolá. Hombres armados fieles a Yumblat les confundieron con milicianos chiíes y los acribillaron. En el entierro, informa Reuters, sus colegas disparaban tiros al aire y juraban venganza. ¿Contra quién? ¿Contra los drusos que dispararon?
En Beirut oeste, Hezbolá impone su ley. Su capacidad militar supera con creces a la de las demás facciones. Los chiíes y sus aliados del Partido Nacional Socialista Sirio escondieron sus armas en las calles y avenidas, pero su presencia era apabullante. En cualquier esquina de los barrios mixtos -suníes y chiíes- de la capital, auténticas colmenas de edificios con agujeros de balazos no se sabe de qué guerra, grupos de jóvenes con walkie-talkies ejercen el mando. Los soldados, a metros de distancia, sólo vigilan y protegen a los líderes políticos. Imposible aproximarse a las lujosas residencias de Yumblat o de Hariri.
Hezbolá ha prometido que retiraría a sus milicianos de la capital, pero enfatizó que mantendría una campaña de desobediencia civil que, en realidad, supone un mazazo para el Gobierno prooccidental, calificado de títere por sus rivales. El aeropuerto sigue cerrado, y el puerto, también. Los comerciantes que se atrevían a abrir mantenían las persianas metálicas a media altura. Nunca se sabe cuándo habrá que cerrar a toda prisa.
Hablar de vida institucional es un sarcasmo. El Estado se desmorona paulatinamente ante la impotencia del Ejecutivo, que padece un desgaste tremendo. La Liga Árabe, modelo de ineficacia, se reúne y se reúne para no resolver nada. Para colmo, Hezbolá ha empleado por primera vez su arsenal -acumulado con mimo para luchar contra Israel- en la contienda civil libanesa. "No tenemos ya líneas rojas", ha advertido su líder, el jeque Hasan Nasralá.
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