Despertar a la bestia
El Gobierno chino tiene que rebajar el fervor patriótico para el buen desarrollo de los Juegos
Bien saben los gobernantes de China mejor que nadie que exacerbar el nacionalismo tras las protestas internacionales por la represión de los disturbios en el Tíbet el pasado marzo es una peligrosa arma de doble filo como la historia contemporánea del país asiático ha demostrado. Por un lado, las manifestaciones contra los intentos extranjeros de "humillarles" para que los Juegos Olímpicos sean un fiasco sirven para desviar la atención de problemas como el creciente desequilibrio social, la corrupción, la degradación del medio ambiente y, naturalmente, la falta de libertades políticas. Pero por el otro, la ira popular puede convertirse en un bumerán contra el poder.
De ahí que el Gobierno chino haya comenzado a hacer llamamientos a la calma, a considerar correcto el disgusto ciudadano contra la campaña internacional siempre que se haga de un modo racional. Parece acertado que se haya desmarcado del boicoteo a la empresa francesa Carrefour. Desde la revolución maoísta y antes del nacimiento de la República Popular, sus autoridades han tenido siempre terror a que las multitudinarias concentraciones ciudadanas revirtieran contra ellas. Está inscrito en la historia del país. Las críticas tras el bombardeo de la Embajada china en Belgrado durante la guerra de Kosovo en 1999 se trocaron en una queja general contra el Gobierno; la protesta social en 1919 por el vejatorio trato que, según Pekín, tuvieron con China los firmantes del Tratado de Versalles degeneró en un ataque antigubernamental; y no hay que olvidar que las protestas estudiantiles pacíficas de la primavera de 1989 se le fueron de las manos y desembocaron en la sangrienta represión de la plaza de Tiananmen el 4 de junio de ese año. La calle es sinónimo de caos en China.
Alentar el sentimiento antiextranjero sería muy contraproducente. Podría causar problemas cuando en agosto confluyan en Pekín atletas y visitantes de todo el planeta. Nadie desea que la cita olímpica fracase. El mundo aplaudirá si los Juegos son un éxito, al margen de si fue oportuno elegir una nación con carencia de libertades como sede del evento. Entretanto, hay que congratularse de que el Gobierno vaya a dialogar con una delegación del Dalai Lama en unas conversaciones que se inician hoy en Shenzen, pero también hay que criticar la falta de garantías procesales y las duras penas impuestas, algunas a cadena perpetua, contra los 17 cabecillas de la revuelta tibetana de marzo.
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