El shekel causa estragos
Suena el teléfono y la propietaria de la vivienda intenta explicarse: "Sabrás que el dólar está desplomándose y, claro, nos gustaría hablar del contrato". Los inquilinos que ven concluir el periodo de alquiler comprueban que muchos arrendadores, que a menudo fijan el precio respecto a la divisa estadounidense, se suben a la parra.
La caída del dólar provoca efectos en todo el mundo, es natural. Pero en Israel las consecuencias se acentúan. Y no digamos en Jerusalén, una ciudad que padece una severa escasez de viviendas, entre otros motivos porque miles de norteamericanos judíos han comprado pisos a golpe de talonario para disfrutarlos unas pocas semanas. Sólo los habitan para celebrar en la ciudad santa las festividades judías. Algún barrio céntrico -Mamila, frente a las murallas otomanas del siglo XVI- se asemeja a un paraje fantasma.
ONG y 'lobbies' que se financian en dólares lo están pasando mal
El Banco Central no cede a la presión y se niega a comprar dólares
Algunos líderes ultraortodoxos han fijado su propia cotización
Hace un par de años, el dólar se cambiaba a 4,20 shekels. Hoy se cotiza a 3,40. El regateo -siempre duro en estas tierras- en el sector inmobiliario entre el vendedor que piensa en shekels y el comprador, que paga en dólares, desemboca en ocasiones en cancelaciones de contratos. Pero, al fin y al cabo, no deja de ser un problema que afecta a los extranjeros más pudientes.
En un país con cientos de organizaciones no gubernamentales y lobbies que reciben financiación privada de magnates norteamericanos, la caída del 20% en la cotización de la divisa causa estragos. En cualquier universidad se observan los nombres de los donantes grabados en edificios, salas o parques construidos merced a los generosos mecenas. Los presupuestos y las plantillas se resienten. Decenas de organizaciones caritativas despiden a empleados y reducen sus prestaciones. No es una cuestión menor en un país aquejado por unas desigualdades sociales impactantes.
Las empresas exportadoras, que en Israel abundan, presionan para que el banco central intervenga en el mercado de divisas para reducir el impacto. Pero el estricto Stanley Fischer, director de la entidad y ex presidente del Banco Mundial, es reacio a comprar dólares y en los últimos meses sólo una vez se ha plegado a las crecientes peticiones.
Un segmento de la población las pasa especialmente canutas: los ultraortodoxos. El precio de los artículos religiosos, que consumen vorazmente, se fija habitualmente en dólares. Y las agencias que organizan chárteres o viajes a las tumbas de los rabinos más prestigiosos para este público tan exigente -los observantes no toleran que se emitan películas en los vuelos, la comida debe ajustarse fielmente a las prescripciones de la dieta kosher...- se adaptan como pueden: algunos líderes religiosos han ordenado a sus fieles que hagan caso omiso del cambio oficial y han fijado su propia cotización. En sus transacciones internas, el dólar vale cuatro shekels.
Lo que diga Fischer no va con ellos. -
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