El mercado laboral necesita reformas
El Primero de Mayo se ha celebrado este año en un ambiente de incertidumbre. Los sindicatos se temen que la actual coyuntura sea aprovechada por las fuerzas "reaccionarias" para abrir las puertas de la fortaleza donde se custodian los derechos de los trabajadores. Por eso están a la defensiva. Mala situación de partida para hacer frente no ya a la fase descendente del ciclo más o menos pronunciada, sino al reto de "cambiar el modelo de crecimiento" de la economía española, eslogan que se ha convertido en el objetivo de consenso de todas las fuerzas políticas y sociales desde hace unos años.
El caso es que cada una de esas fuerzas -en el caso de los sindicatos, está clarísimo- piensa que son los demás los que deben hacer los cambios necesarios para alumbrar ese nuevo modelo. Pero en realidad, cambiar de modelo de crecimiento es algo mucho más complejo de lo que la mayoría de los ciudadanos se puede imaginar y, por supuesto, no se puede hacer de la noche a la mañana por simples decisiones de los gobiernos de dedicar más o menos recursos a la educación o a la I+D.
El cambio de modelo de crecimiento consiste en mejorar la productividad y ser más competitivos
Los sindicatos no deberían ponerse a la defensiva, sino liderar el proceso por el bien de todos
En una economía de mercado, en la que las decisiones se toman de forma muy descentralizada (un simple acto de compra de un bien de consumo es una de esas decisiones), el modelo de crecimiento lo determinan cientos de variables, la mayoría de las cuales son, por cierto, exógenas a la economía española, que en definitiva acaban asignando los recursos a unas actividades u otras en función de las ventajas y rentabilidades relativas, que, a su vez, dependen de la dotación de factores acumulados históricamente (capital humano, físico y tecnológico y recursos naturales), del coste del capital y del trabajo y, sin ánimos de agotar la lista, de algo que suelen olvidar muchos, el marco normativo e institucional en el que se desenvuelven los agentes económicos, que es un elemento esencial en la asignación y utilización de los recursos. Un elemento de primer orden de este marco institucional son la regulación y el funcionamiento del mercado laboral, que, en opinión de una abrumadora mayoría de los economistas españoles, deja mucho que desear.
En los gráficos adjuntos se muestran algunas de las características de nuestro mercado laboral. Podemos decir que ha habido grandes avances en los últimos años junto a la persistencia de grandes defectos. Lo mejor, el aumento de la tasa de actividad. Decíamos años atrás que la economía española adolecía de dos males: uno, que trabajaba poca gente, y otro, que la poca gente que trabajaba era poco productiva. El primero de los problemas parece que estamos en vías de resolverlo. La tasa de actividad supera ya a la media de la UE, cuando en 1997 era unos siete puntos porcentuales inferior. Nos queda la asignatura de la productividad, en la que no sólo no hemos avanzado, sino que estamos retrocediendo. En el fondo, el cambio de modelo de crecimiento se reduce a esto, mejorar nuestra productividad y ser más competitivos. Otro logro ha sido la reducción del paro. Pero aquí, los resultados no dejan de ser mediocres. La tasa de paro (9,3% c.v.e. en el primer trimestre de este año, 2,5 puntos más que la media de la UE) sigue siendo muy elevada y sigue afectando de forma muy desigual a los distintos colectivos y territorios, con tasas mucho más altas para las mujeres y especialmente los jóvenes, y diferencias abismales entre el 14,8% de Andalucía y el 5,6% del País Vasco. Algo no funciona.
Otros graves defectos de nuestro mercado laboral son la alta tasa de temporalidad y el poco uso del trabajo a tiempo parcial. La elevada temporalidad es una de las causas de la baja productividad y de la degradación del capital humano y, admitámoslo de una vez, está directamente relacionada con la rigidez del despido. Tampoco los mecanismos actuales de negociación colectiva centralizada parecen los más adecuados en un mundo dispar y globalizado, y tampoco es de recibo que se mantenga el monopolio público (manifiestamente ineficiente, por otro lado) en la intermediación laboral.
En definitiva, cambiar el modelo de crecimiento pasa por reformar el marco normativo del mercado laboral. Los sindicatos no deberían ponerse a la defensiva, sino liderar el proceso, por el bien de todos y especialmente de la clase trabajadora.
Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas).
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