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Crítica:POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ayayayay

Expectación inusitada la de anoche en el Albéniz. Entre lo cualificado del cartel y los fastos del centenario se dibujó una platea pintoresca: familiares ilustres, mandatarios aflojándose el nudo de la corbata, modernos que invierten grandes sumas de tiempo y tinte capilar en la peluquería y las chicas más emperifolladas del barrio. No todos los días estrena disco la pequeña de los Flores, y, menos aún, con semejante nómina de invitados ilustres. Sólo queda ahora la duda, cuando menos razonable, de si éste era el viaje merecedor de semejante inversión en alforjas.

Ah, el viejo truco del disco de versiones. En un momento en que escasea el material original, o se recela de su eficacia, el artista echa mano de todos esos viejos-temas-que-forman-parte-de-nuestra-memoria-sentimental y organiza un repertorio a favor de corriente.

Rosario

Rosario Flores (voz), Fernando Illán (bajo, dirección musical), José Losada (guitarra flamenca), Dayán Abad (guitarra eléctrica), Tato Icasto (teclados), Paco Ibáñez (trompeta), Enzo Filippone (batería). Ramón González (percusión), Chonchi Heredia y Loly Muñoz (coros). Teatro Albéniz. Madrid, 2 de mayo. Lleno (1.027 espectadores).

Dio la sensación de que prefería pasar de puntillas por este octavo álbum

Nada que objetar, de partida: la versión es un arte noble al que han recurrido desde Lennon y McCartney a Van Morrison, Bowie o Springsteen. Pero, por desgracia, nuestra protagonista sólo ha podido quedarse en, digamos, Rod Stewart.

Para ejercer la recreación de forma adecuada hay que responder al menos a tres preguntas: qué, cómo y por qué. Desde tal perspectiva, ese Parte de mí que enarbolaba anoche Rosario se antoja un pequeño despropósito. A ratos, más parece el resultado de unas cuantas tardes jugando al Singstar en la videoconsola que la consecuencia de una reflexión mínimamente solvente.

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No aparece una sola canción, de entre las 11, que suponga una pequeña sorpresa, un leve descubrimiento. Nada hay que permita imaginar una indagación, nada en las interpretaciones que esboce una intencionalidad propia. Aclaremos que Rosario arrasará en las partidas del jueguecito porque afina, algo que en su nueva compañía discográfica (Vale Music, la impulsora de los triunfitos) no siempre ha sido una seña de identidad. Pero la sucesión de lugares comunes en temario, arreglos y ejecución vocal es tan abrumadora que los compañeros de partida se van a aburrir muchísimo.

Está bien, un tema sí se escapa de lo previsible, porque Algo de mí, de Camilo Sesto, contiene un calambrazo de histrionismo inexistente en los casos de La distancia (Roberto Carlos), Por tu ausencia (Manzanita), Nada de nada (Cecilia), Ojalá que llueva café (Juan Luis Guerra), Te quiero te quiero (Nino Bravo) o Algo contigo, del bolerista argentino Chico Novarro. Pero Rosario no se atrevió a incluir la canción del hoy retirado artista alcoyano en su repertorio de anoche. En realidad, siempre dio la sensación de que prefería pasar de puntillas por este octavo álbum, como si no las tuviera todas consigo. Por eso reservó sus mejores energías para el cancionero de siempre, ese ramillete de piezas -Mi gato, De ley, Mía mama, Al son del tambor, Cómo quieres que te quiera, Qué bonito- que ya se han convertido en clásicos del pop aflamencado y racial.

Aun en ese territorio más familiar, Rosario abusa del tópico: ella insiste en dar las gracias "por dejarme ser artista, cantar y expresarme", y el público responde con voces de "eres la caña de España" o "viva la madre que te parió".

Todo muy al estilo Florida Park, igual que esos neones rojos, azules y verdes esmeralda, o ese cambio de vestuario en mitad del concierto: del conjunto blanco más o menos elegante pasamos a un vestido negro con lentejuelas de ínfima superficie textil. Han pasado ya 17 años desde aquel minino que gritaba uyuyuyuy, y a los demás ya nos empiezan a entrar ganas de exclamar ayayayay.

No compareció Antonio Vega en El sitio de mi recreo, y Conchita refrendó su candidatura a Pavisosa del Año cuando asomó para canturrear Qué bonito. Pitingo andaba perdido, los Estopa hicieron de Estopa y Tomasito al menos aportó una brizna de surrealismo a Los tangos de mi abuela, donde lo de hacerse "un porro como un zepelín" suena bastante más transgresor que el Chiki chiki.

Así las cosas, el momento emotivo llegó cuando Lolita asomó de entre el público, conteniendo las lágrimas, para acompañar a su hermana con No dudaría, el clásico del añorado Antonio Flores.

Fue la apoteosis, con todo el público en pie, alzando los brazos y coreando "Escarmentar de la experiencia / pero nunca más usar la violencia". Nunca nadie imaginó que semejante rima pudiera lograr tales adhesiones.

Rosario Flores, en una imagen de archivo.
Rosario Flores, en una imagen de archivo.RICARDO GUTIÉRREZ

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