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Columna
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Alza de precios agrarios

La fuerte subida de los precios alimentarios está constituyendo una amenaza para el progreso económico de los países en desarrollo. Además, no contribuye a reducir su pobreza ni tampoco coadyuva a reabsorber la malnutrición. Estas manifestaciones se reafirman cuando el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, comenta que "los países pobres sufren todos los días el impacto del alza de los productos alimentarios, sobre todo en las zonas urbanas y en los países de baja renta".

El espectacular aumento de los precios de los alimentos está provocando una espiral de resultados negativos en la mayor parte de los países. La mencionada subida de los precios de los productos agrarios es consecuencia de un aumento de la demanda de las importaciones de alimentos, prioritariamente efectuado por parte de los países exportadores de petróleo, que contribuyeron al alza de un 20% de los precios mundiales en el ultimo año. El incremento estuvo liderado por las grasas y aceites (subidas del 50% a lo largo de este año), los cereales (alzas del 22%), el trigo (un 100%), el arroz (un 50% en el último mes); y porcentajes similares en los casos del maíz, la carne, la leche o la soja.

Hay que dar ayudas a los más necesitados y acabar con el proteccionismo de algunos países

Las consecuencias de estas subidas tienen varias manifestaciones. En primer término, obligan a los consumidores a modificar sus preferencias de consumo, generando nuevas oportunidades de negocio para algunas industrias y bienes, a la vez que también provocan una fuerte crisis alimentaría en los 33 países más pobres del mundo. En segundo lugar, la temporada de malas cosechas en ciertos países contribuye a que los precios se eleven, lo que unido a la cotización al alza del petróleo se traslada a los costes agrícolas y a los del transporte.

Bajo este contexto, nuevos elementos se suman al análisis expuesto. Nos estamos refiriendo a la modificaciones en los hábitos de consumo de la población que podemos justificarlo por un cambio en la dieta (muy relacionados con el crecimiento económico y con la ansiada necesidad del cuidado personal) y con el potenciamiento de los biocombustibles. Estas dos nuevas circunstancias influyen en los cambios de los precios relativos.

De esta forma, los fuertes incrementos de consumo de leche y de carne en China y países asiáticos obligan a cambiar el patrón productivo, y contribuyen a estimular la producción de cereales con los que se fabrican los piensos. Y, a partir de ahí, comienza la espiral de encarecimiento de precios a lo largo de la cadena de producción y distribución.

La nueva situación es que nos encontramos ante un cambio estructural en lo que atañe a los precios relativos, que acelera el valor de las materias primas respecto a los productos manufacturados. Y también ante una nueva concepción de los incentivos a los productores agrícolas, que busca distorsionar los mercados en función de las oportunidades de negocios de las grandes multinacionales o de las políticas dirigistas de grandes potencias.

Las soluciones políticas no están dirigidas a paliar estos problemas. Hace unas fechas, el Banco Mundial se mostró cicatero en la parte dispositiva y busca resolver el problema por medio de un plan de financiación, denominado Programa Alimentario Mundial, que, como es de suponer, solo lograría responder a las necesidades inmediatas, al actuar bajo una prioridad cortoplacista

Quizás las soluciones podrían venir por ajustar la oferta y la demanda a través de inversiones y de tecnología, con el apoyo de la política económica. Se debe estimular el crecimiento de los suministros para ajustarlo a los fuertes aumentos de la demanda. Pero hay que tener en consideración que no se puede estimular la reducción del consumo de los países pobres y hay que controlar la presión que se ejerce sobre el sistema alimentario mundial.

En consecuencia, las recetas van desde el fomento de la colaboración humanitaria en materia de alimentos, materializable en ayudas económicas y en distribución de alimentos a los más necesitados; hasta la intervención política, eliminando los mecanismos de protección de algunos productos y de ciertos países. Esto último está consiguiendo fragmentar el mercado mundial, reduciendo los incentivos al aumento de la producción y penalizando a los importadores netos más pobres. Asimismo, en los países ricos habría que controlar los cultivos de biocombustible en sustitución de los de alimentos, porque el objetivo debiera radicar en garantizar el suministro de alimentos a largo plazo y en potenciar los gastos de investigación, más que disminuir la cantidad de tierras destinadas a productos comestibles.

La actual situación obliga a todos a reflexionar. Los cambios de política se imponen y no debemos apostar por la fragmentación de los problemas, sino por actuar de manera global a fin de ayudar a los más pobres e invertir en la mejora de los suministros alimentarios.

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