"Los surrealistas se dejaron envolver en alianzas impropias e intransitables"
Hay grandes escritores que no son simpáticos; Antonio Martínez Sarrión (Albacete, 1939) es un gran escritor que es simpático, abierto, moderno y feliz; no oculta su conocimiento en la pedantería, la sencillez que siempre tuvo, y por la que tantos le eligieron como amigo, refulge ahora en una madurez que es envidiable.
Traductor, poeta, ensayista, memorialista de enorme fuste, gozne fundamental en la vida (y en la amistad) de su generación con gente mayor como Juan Benet o Juan García Hortelano, es no sólo un tipo que enseguida muestra que está entusiasmado con la vida sino que contagia un aliento literario del que ha impregnado las paredes de su casa.
Cuando le fuimos a ver para hablar con él de su libro último, Sueños que no compra el dinero (Balance y nombres del surrealismo), que ha editado Pre-Textos, en su casa frente al Retiro madrileño, muy cerca de donde cobijó sus años Pío Baroja, y al lado de donde vive su gran amigo Rafael Conte, el crítico literario de este periódico, Sarrión acababa de alzarse de la cama, estaba metido en la cueva donde elabora su escritura y donde lee, y de todas las cosas que nos quiso enseñar, para que nos adentráramos en el espíritu que le rodea, seleccionó un cuadro magnífico, un retrato de Miguel de Unamuno, de Vázquez Díaz, que le regaló una hija mayor de Torrente Ballester, Marisé.
"Los surrealistas españoles restablecen la fórmula que yo tomo de un verso de Claudio Rodríguez: 'brujas a mediodía"
En ese cuadro, que preside la sala-comedor y que refulge entre libros bien ordenados, sumisos a su pasión bibliófila y literaria, hay algo de Sarrión: el torrente unamuniano, la sagacidad para interpretar las corrientes literarias metiéndose en ellas como un pescador de ríos bien revueltos. Así, con ese equipaje, se adentró en las olas del surrealismo. El resultado no es complaciente: los surrealistas, hecho el balance, tienen muchos puntos flacos. Él los enumera, lo escribe y, además, lo tiene en una libreta en la que se fija cuando nos responde. "Es el último movimiento romántico... Y yo quería hacer una crítica de lo que ha supuesto, y que no fuera una contemplación pasmada".
¿Y qué vio de mal? "Que se dejaron arrastrar los surrealistas a alianzas y maneras que eran realmente intransitables. Evidentemente, me estoy refiriendo, sobre todo, al marxismo y a sus distintas corrientes". Se equivocaron "de muy buena fe", dice Sarrión; lo dice mirándote con esos ojos grandes y glaucos que una vez fueron miopes. Señala hacia la historia de los surrealistas como si la estuviera tocando con la mano, y sus reproches alcanzan la reprimenda de un apasionado: "Eran gente muy joven; date cuenta de que salían de aquella carnicería que fue la guerra del 18; les interesaba un mundo donde no hubiera guerra, donde no se vieran los poetas muertos en las trincheras, aquellas trincheras tan terribles. Y a partir de ahí se les fue despertando la conciencia social".
Al principio "eran dadaístas y apolíticos", la conciencia de aquella guerra se les despertó "allá por 1924" y ya luego tienen alianzas "hasta prácticamente los años sesenta"; son alianzas "contra natura con distintas formaciones y tramos internacionales". Hasta que los libera "la lucidez de André Breton, y todos ellos van felizmente abandonando estas malas alianzas, desde nuestro punto de vista actual, con elementos del materialismo dialéctico en sus distintas facetas".
Hasta que acaban liberándose en torno a 1960, repite Sarrión; cuando se acerca la muerte de Breton "logran la postura perfecta: ni con estos ni con los otros, ni la dictadura fundamentalista ni la dictadura del mercado".
Ahora quedan los residuos de aquella época, y Sarrión los recoge. "Están disueltos en la publicidad, fíjate por dónde. Y el iniciador de eso que ahora queda como rico residuo de la imaginería surrealista fue Salvador Dalí... Por esa vía, además, podemos entrar en la contribución hispana al universo surrealista. Porque el libro trata, naturalmente, del surrealismo en su conjunto, el surrealismo como fenómeno cosmopolita... Hasta la guerra mundial, el surrealismo fue centrípeto, la gente quería ir a tocarlo a París, y luego se centrifugó; a partir de la célula de París se expandió al mundo entero: ahí es donde el surrealismo alcanza su punto más alto, el del cosmopolitismo surrealista". ¿Y después? Se mantienen como pueden, pero esa posteridad, que alcanza ya en 1966 a la muerte de Breton, "se produce la época de declive y extinción del surrealismo histórico" cuyo papado ostentó siempre el autor de L'amour fou.
Fue muy importante el surrealismo español; le cabe a los canarios de Tenerife (la Gaceta de arte de Eduardo Westerdahl y Domingo Pérez Minik) el haber alentado la primera gran exposición universal del surrealismo, en 1935. En términos generales, dice Sarrión, "las primeras fórmulas [surrealistas] de los franceses pecaban algo de gaseosas o, qué sé yo, de inanes, se fueron agotando, mientras que los nuestros, los Buñuel, Dalí, Miró, hacen una contribución más sólida, más francamente surrealista... Y en esa pléyade no te olvides de un nombre, tinerfeño también, el de Óscar Domínguez".
Español e hispano. "No hay que olvidar la aportación latinoamericana, en la que es central la figura de Octavio Paz, que también militó en el grupo surrealista, fue un hombre queridísimo por André Breton y no sé muy bien si aconsejado o consejero... Pero a mí me contaba aquí Octavio, cuando estaba de diplomático en París, sus largas conversaciones sostenidas con Breton... En el surrealismo hispánico yo destacaría esa especie de delicuescencia, de vaguedad, que hay en determinados componentes entrevistos y borrados, es decir, fantasmáticos o ectoplásmicos, si quieres, del surrealismo francés... Aquí nuestros surrealistas españoles lo que hacen es restablecer la fórmula que yo tomo de un verso de Claudio Rodríguez: brujas a mediodía. No hay cosa más terrorífica que ver las brujas haciendo el aquelarre a pleno sol: eso es lo que hacían los surrealistas españoles, y los franceses no alcanzaron ese grado feliz del surrealismo: ¡bajo el sol de agosto las brujas son terroríficas!".
Y ésa es, dice Sarrión, saboreando el descubrimiento como quien acaba de escribir un verso feliz, "la aportación hispana, la terrible luz hispánica que aportan nuestros surrealistas: el cine de Buñuel, ese ojo terrible sajado, y sobre todo el Dalí bajo la luz de Cadaqués... Mira El gran masturbador, mira Viridiana... Hay en ellos unos elementos, llamémoslos de dureza poética, que están insertos en la tradición poética española".
Equivocados o no, están en la literatura. ¿Y no tendrían que estarlo más, no son esenciales para entender el imaginario literario de ahora mismo? "Sí, claro. Este libro no es sólo una crítica al surrealismo, a lo que yo creo que le sobró; es un homenaje a mis primeros destetes literarios... Cuando yo empiezo a ser un adolescente, en los cincuenta, todavía no se ha decretado el fin de la vanguardia, que hace Octavio Paz... Y ahora, cuando me enfrento al surrealismo, me doy cuenta de que en su historia, y en su consecuencia, hay un espacio a resguardo de la terrible dictadura de la línea del presente que está realmente en todas nuestras derivas y en todo nuestro universo cultural...".
Un alivio el surrealismo -lo que queda de él, lo que sigue- si uno imagina lo que pasa con el universo cultural: "La información está tan mezclada y tan indistinguible de la publicidad y del entretenimiento que se hace una especie de tapioca, de sopa muy espesa, en la cual naturalmente habría que liberar algo que se pueda poner a buen recaudo... Una tapioca que va a engordar las arcas de los promotores del mercado en nombre de la globalidad de éste... ¡Hay que rescatar lo mínimo del sueño!".
Y el sueño, cree Sarrión, "está puesto con toda intención al frente del libro, en contraposición al dinero. El mercado genera un culto, apabullante y tremendo, al dinero, ¡y no sé adónde vamos a llegar!".
Esa falta de sueño, le digo a Sarrión, puede crear una crisis en la narrativa. Contar significa soñar. "Sin duda... Contar y soñar. Mira: leí hace tiempo un artículo muy lúcido de Vargas Llosa en Claves; ahí Mario exponía el pensamiento de Popper, al que había descubierto con admiración... El artículo, estuvieras o no de acuerdo con la postura de Popper, era impecable. Pero al fin de la historia, Mario se enfrenta a Popper: ¡cómo puede recomendar que se lea a Throllope o Thackeray, que eran novelistas ingleses tediosísimos y anticuados, que nadie es capaz de leer! Salvar el sueño, claro que sí".
¿Y cuál sería hoy su crítica literaria al surrealismo? "Es cierto que la narrativa, y si me apuras la poesía, que es lo más visible, no alcanzó las enormes alturas de los movimientos de los cuales venía, el romanticismo o el simbolismo... Pero los textos surrealistas fueron capaces de apagar los ecos decimonónicos, e hicieron entrar a la literatura en otra era...". Que aún hoy sigue, y sin la cual sería imposible leer, por ejemplo, Rayuela, de Cortázar... Es en este punto cuando se hacen más grandes los ojos glaucos de Sarrión: "¡Qué alegría que hayas dicho Cortázar! Sin Nadja, de Breton, esa extraordinaria novela no hubiera existido... Y tanto...". ¿Un epitafio para el surrealismo, Sarrión? "El que dejó escrito el propio Breton: 'Destiló el oro del tiempo". -
Sueños que no compra el dinero (Balance y nombres del surrealismo). Antonio Martínez Sarrión. Pre-Textos. Valencia, 2008. 368 páginas. 20 euros.
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