Ken y Boris, a por Londres
Justa o injusta, la fama de los políticos es la de seres más bien aburridos. Hay excepciones. Los dos candidatos a la alcaldía de Londres son una de ellas. Del laborista Ken Livingstone, el actual primer edil, se puede decir de todo salvo que sea un gris burócrata. Y de su principal rival en los comicios que hoy se celebran, el conservador Boris Johnson, cualquier cosa menos que sea aburrido. Quienes tuvieron oportunidad de conocerlo cuando era corresponsal del Daily Telegraph en Bruselas a principios de los noventa lo pueden corroborar. Boris es la antitesis del tory estirado, y eso que, como la casi totalidad de la clase dirigente británica, se educó en Eton y luego en Oxford. Llegó a la política por la vía del periodismo. Cuando desembarcó en la capital comunitaria era un furibundo antieuropeísta. Y cuando regresó a su amada patria su odio al continente no remitió. Pero eso fue lo de menos. Lo de más es que su estancia en Bruselas, a Dios gracias, no le hizo perder su humor. Era un asiduo invitado (ahora menos) de los programas humorísticos de la tele y famoso por sus meteduras de pata (ahora también menos).
Livingstone es mucho más serio que su rival, pero tan rebelde y peculiar como él. Se enfrentó a Blair y ganó en 2000 como independiente las primeras elecciones directas a la alcaldía de la capital. Revalidó su cargo en 2004, esta vez de nuevo en el redil laborista después de que Blair se lo rogara por considerarlo uno de sus mejores activos. Ken el Rojo ha hecho bastantes cosas en estos ocho años de mandato. Entre otras, imponer un peaje al tráfico urbano en el centro de la ciudad, que levantó ampollas pero que ha dado frutos. Ahora pretende triplicar la tarifa para los coches más contaminantes. Y tiene en pie de guerra a los más ricos.
Sus detractores afirman que ha perdido frescura y que ha permitido el nepotismo y la corrupción en la alcaldía. No le quiere la prensa ni tampoco los taxistas, ese gremio a veces tan influyente en la opinión pública (y la publicada). Le acusan de tolerancia con la delincuencia juvenil. Una pena, porque Livingstone es (o era) de los que no se achantan frente al poder establecido.
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