La partida

La vida es una partida de tute en la que el cura tiene siempre las diez de últimas. A su debido tiempo, todo el mundo acaba por sentarse a esa mesa de juego. Unos, de repente; otros, después de una larga enfermedad; finalmente, cualquier mortal debe enseñar las cartas. Durante el tránsito, más o menos divertido por este perro mundo, puede que uno haya tenido la suerte de cantar las cuarenta en oros o las veinte en bastos, pero a la hora de estirar la pata y contar las bazas, el cura se reserva la última mano, que es el terror a la muerte. Ningún tahúr ha jugado nunca con tanta ventaja. Para superar la psicosis del más allá todas las culturas han establecido ritos extraños alrededor del enfermo. Lo nuestro de toda la vida ha sido meter bajo los riñones del agonizante la estampa de un santo milagroso o dejarse untar el calcañar con los santos óleos para tener los pies ligeros en el instante de dar el gran salto. El creyente tiene derecho a pedir el auxilio espiritual de un capellán y también a que éste no le ponga el listón demasiado alto. El dolor no tiene ningún sentido religioso. Morir en paz sin sufrimiento alguno es nuestra última conquista. Pero si ahora en los comités de ética de la sanidad pública se sienta preceptivamente un cura católico, aunque tenga el buen gusto de no opinar sobre los remedios paliativos del paciente, bastará sólo con su presencia en la reunión para que la sombra de la censura religiosa infecte hasta el tuétano a los médicos y enfermeros del hospital. Una vez más el Gobierno socialista ha dado muestras de tener pánico a la Iglesia. Por otra parte, sea usted creyente o ateo, rece para que en el momento de partir hacia el valle del Edén no revolotee alrededor de su lecho un médico beato imbuido por un cura partidario del dolor como expiación porque entonces, en nombre de Dios, le obligarán a beberse el cáliz hasta las últimas heces. A Cristo en la cruz un centurión le mojó los labios resecos con una estopa empapada con vinagre y otro le pegó una lanzada en el costado para abreviarle la agonía. Pero un día, sentado en el comité de ética, el cura comenzará a contar como siempre las bazas del tute y le cantará a usted las diez de últimas en el momento en que vaya a entregar el alma.
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