Catarro
Hace unos días el presidente de la Xunta hablaba en Madrid en el foro Nueva Economía, donde de lo que se suele hablar es de política (lo que demuestra que la economía es la política o viceversa).
Explicó a un público marcadamente provinciano lo que hay que explicarle de vez en cuando, lo que ocurre fuera del mundo de Gallardón y Aguirre. Pérez Touriño les informó de que no es cierto lo que leen en la prensa de que los gallegos persiguen a los castellanos, sino que, siendo respetuosos como son, más bien están muy encogiditos en sus casas. Los tranquilizó: bilingües sólo serán algunos y ellos nunca tendrán que bilinguar, podrán monolinguar toda la vida. Que el BNG ya no se alimenta de niños crudos (ahora los cocina antes), y es un socio de gobierno tan razonable como cualquier otro. Pero, sobre todo, les relató la historia de aquel monarca que montó aquí un reino con aire arcaico y como aquel reino de Fraga, aquel sueño bávaro que parecía perenne se desmoronó y hoy todo es olvido del ayer y progreso para el mañana. Con muchos datos y buen pulso dibujó una Galicia muy activa y con dos años creciendo sin parar (a ese paso, como no corra Baviera, va a ser cierto que la pillamos y aun la dejamos atrás). Lo de Fraga no eran los números ni la economía y levantó una Galicia literaria, una tramoya histórica que pareciendo ciclópea era de cartón piedra. Lo de Touriño, en cambio, no son las letras ni la ideología y les relató a los comensales del foro madrileño ecuaciones, quebrados y números primos para ofrecer otra estampa más dinámica. (A lo mejor entre los dos componían un super líder, nunca se sabe)
Es un error ocultar o negar las graves deficiencias en la sanidad que denunció el PP
Si los recursos son escasos, tiene su culpa quien gobernó hasta hace menos de tres años
Es cierto que el cambio le ha sentado bien a la sociedad gallega, hay más transparencia, se respira sin miedo y el poder político no ahoga tanto a la sociedad. A pesar de que el clientelismo político continúa con otros protagonistas, y las cifras del crecimiento económico son ciertas, Galicia nunca había sido tan bien tratada en los presupuestos del Estado. Nunca. Pero un país no cambia en dos años, sigue habiendo una falta de cobertura y servicios sociales tremenda, es el resultado de años de abandono.
Por eso no hay que extrañarse de las graves deficiencias en la sanidad que denunció estos días en el Parlamento el señor Núñez Feijóo y que este periódico reprodujo y confirmó. Claro que son ciertas, es un error ocultarlas o negarlas. Aun más, hizo bien el portavoz de la oposición con su denuncia, pues para eso está la oposición, para denunciar, vigilar y, cuando sepa, proponer.
Pero es que además ya lo sabía todo el mundo, al menos las personas que gastan Sergas conocen las deficiencias en algunos servicios, los plazos para la atención en algunas especialidades, para hacerse algunas pruebas... Y si no lo sabe uno por sí mismo lo sabe por su madre, su tío, su vecino. La sanidad pública española en general es un servicio extraordinario y la gallega no es de las peores pero claro que hay deficiencias graves.
Esas deficiencias son responsabilidad de esta consellería y esta Xunta aunque el problema no venga de ahora exclusivamente, viene también de antes, o si se quiere, de siempre. La voz de Núñez Feijóo no tiene la inocencia de aquella niña del cuento que hizo ver que el emperador estaba desnudo; le debilita su pasado como vicepresidente de la Xunta. Si los recursos de la sanidad son escasos lógicamente tiene su parte de responsabilidad quien gobernó hasta hace menos de tres años, pero no anula su veracidad. Hay cronicidad en las deficiencias de una sanidad pública que abarca a toda la población y que se lleva buena parte de los recursos públicos, unos recursos que se funden ahí y parecen no tener rentabilidad político electoral, se puede inaugurar una carretera o un hospital pero el funcionamiento diario de un centro de salud es algo invisible, algo que no agradecemos electoralmente a los gobernantes. El enorme desafío que es la sanidad pública debe ser conocido por esta sociedad con cultura de consumidor caprichoso, sin demagogias de nadie. Pero hay, claro, responsabilidad específica en la consellería actual que debe asumirla: si se aumenta el presupuesto y no funciona, algo falla.
Y si Touriño quiere que sea creíble su modelo de Galicia, además de elaborarlo intelectualmente tiene que realizarlo: frente a la propaganda que sustituía la falta de transparencia y la ineficacia anterior, tiene que hacer que la máquina autonómica funcione, que funcionen de modo razonable la sanidad, la enseñanza y la administración y no estén acatarradas.
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