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Columna
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Ganas de provocar

En su histórica conferencia del Casino, pretendido manifiesto ideológico, la presidenta de Madrid no se hallaba sorprendida por el hecho de que hasta finales de 2006 -no había conseguido aún hacerse con una cifra más puesta al día- sólo se hubieran casado 5.582 parejas homosexuales. Pero este dato, tranquilizador para ella, no iba encaminado simplemente a confortar a los obispos con la demostración del escaso efecto que sobre la destrucción de la familia tradicional ha conseguido el matrimonio entre personas del mismo sexo; lo que quería demostrar Aguirre, según sus propias palabras, es que la aprobación de esa ley tenía un fin ideológico de Zapatero, como si cualquier finalidad ideológica fuera en sí misma perversa, y no trataba de resolver un problema social. Curiosamente, la cantidad de personas afectadas era su más valioso argumento para discutir, desde un supuesto esquema liberal, una ley que iguala a unos ciudadanos en sus derechos y libertades dentro del más estricto sentido constitucional. Pudo haber tenido en cuenta además a esos otros homosexuales que también votan y no quieren casarse, aunque no renuncien a contar con un derecho que no están obligados a ejercer, pero le bastó con resaltar que los gays son insignificantes incluso como problema.

Aguirre quería demostrar que la ley del matrimonio homosexual tenía un fin ideológico de Zapatero

No obstante, esto no supone que la presidenta no tratara de convencer a los miembros del Colectivo Gay de Madrid (Cogam), por ejemplo, de que en ella tienen una aliada a partir de ahora y que de la izquierda, por razones históricas, no deben fiarse. Es decir, que les conviene más viajar con liberales que con socialdemócratas. No en vano, para demostrar que la homofobia fue siempre más de izquierdas que de derechas, recordó en la conferencia a Largo Caballero, que no quería un maricón a la vista, y hasta puso un ejemplo del comportamiento homofóbico de los comunistas catalanes en el pasado, una de cuyas víctimas fue un excelente poeta primo suyo al que pudo tratar poco.

Pero no parece que haya logrado convencer por el momento a los portavoces de ese colectivo que, al denunciar la pasada semana que los ataques homófobos que los gays reciben en Madrid, muchas veces violentos, se han cuadruplicado en un año, culpan al PP y a la jerarquía eclesiástica de haber alentado con sus campañas este tipo de santa violencia. Claro que Aguirre lo tiene fácil: le basta con trasladar a Zapatero la responsabilidad de los arrebatos homofóbicos de la ultraderecha madrileña. Y no le falta alguna razón: el presidente es en buena parte responsable. No sólo porque de su Gobierno y su policía dependa la seguridad en Madrid, sino, muy especialmente, por la innecesaria provocación que al entender de Aguirre constituye la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo.

La ley ha conseguido no sólo reconocer derechos a unos ciudadanos, sin merma alguna de los derechos de otros, sino establecer de paso una pedagogía social que ha recuperado la dignidad para unas personas a las que se les venía negando. Pero si el nombramiento de una ministra de Defensa, la creación de un Ministerio de Igualdad o la presencia de un número superior de mujeres en el Gobierno ha agitado tanto las viejas tertulias tabernarias, con sus improperios cutres, sobre todo en el ámbito político y de cierto periodismo afín a esos ámbitos y cercano a Aguirre, sobra preguntarse qué cabe esperar de los cafres violentos que actúan por libre ante hombres que pueden casarse con otros hombres, ante mujeres que pueden unirse libremente a otras. Y en cuanto al número de ataques homófobos puede ocurrirle lo que con el número de escasos matrimonios; es posible que la presidenta también lo tenga por insignificante y no llegue a apreciar y en consecuencia a preocuparle la significación de su crecimiento.

Pero si de verdad las palabras de Aguirre constituyeran una rectificación de su partido, y fuera ella una de sus voces renovadoras, es de esperar que inste a los suyos, si es que a estas alturas sabe quiénes son, a retirar su recurso de la ley de matrimonio homosexual ante el Tribunal Constitucional. Y en tal caso, esas palabras, si no consiguen desmentir al Colectivo Gay de Madrid en su acusación al PP de alentar hasta ahora la violencia, porque así ha sido y de qué modo, al menos supondrán un alivio para todos, pero especialmente para los homosexuales de derechas, presa de sus contradicciones, tanto por la dificultad de hacer compatibles sus fidelidades ideológicas con sus vidas privadas en libertad como para vivir un imaginario de condesas. El gay que se quiere condesa pertenece a un estereotipo muy frecuente del ambiente homosexual más folklórico, encarnado por aquellos que sufren mucho si la aristocracia no les comprende, les abriga en su liturgia de camafeos y peinetas y les reconoce en su condición de señoras de orden. Cada cual tiene derecho a su propio imaginario y a votar incluso en su contra.

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