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Columna
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Camps juega largo

A medida que se acerca el congreso del PP cobra más protagonismo el papel de Francisco Camps. Su posicionamiento, desde el día siguiente de las elecciones, al frente de los barones que apoyan al derrotado líder Mariano Rajoy, está siendo decisivo en el desarrollo de la batalla interna. Que el próximo congreso se vaya a celebrar en Valencia es consecuencia de lo anterior y, aunque no sea lo más relevante, marca el nivel de ese protagonismo. Camps siempre aparece en un segundo plano, pero siempre en el centro de la escena. Como el sábado, en el mitin de Elche en el que Rajoy le enseñó a Esperanza Aguirre dónde estaba la puerta. Un mitin en el que Camps ejercía de anfitrión y manifestaba, una vez más, su apoyo al presidente del PP.

Ayer, cuando no se habían acabado los ecos de la amenaza de expulsión a Aguirre, tampoco le faltó a Camps su cuota de pantalla. Veinticinco cámaras de televisión y 150 periodistas aguardaban a Aguirre y a Camps tras su reunión en la sede de la Comunidad de Madrid. Lo de menos eran los asuntos que aparecían en el orden del día oficial de una reunión que congregó a diez consejeros de ambas comunidades en torno al asunto del agua, la seguridad ciudadana, la financiación autonómica y las obras del AVE. La cita estaba fijada desde hace poco más de diez días, cuando ya la bronca entre Rajoy y Aguirre estaba en todo su apogeo y por lo tanto, caben pocas ingenuidades al respecto. Ayer la puesta en escena tenía importancia por lo que se dijo, pero sobre todo por lo que no se dijo. Desde luego la tradición democrática que otorgaba cien días de gracia a cualquier Gobierno, le importa un bledo a este presidente autonómico en estado de permanente campaña electoral. Camps no solo lanzó un ataque frontal contra Rodríguez Zapatero, al que llamó mentiroso y al que poco menos que acusó de malversación de caudales públicos, sino que además se preocupó de enfatizar que estaban allí juntos dos presidentes autonómicos del PP, haciendo oposición frente a un Gobierno que no ejercía. Era evidente que Camps no iba a hacer ningún reproche a su anfitriona, de hecho, Camps nunca ha criticado a Aguirre en público. Pero no tenía por qué manifestar, como hizo, su "sintonía y su simpatía", hasta el punto de hablar de "vidas paralelas" (como si fueran césares biografiados por Plutarco) y de asegurar que compartían "la misma manera de entender el presente y el futuro". Y fue más allá de las buenas maneras cuando se permitió reinterpretar la invitación de Rajoy a que Aguirre se fuera del PP: "La palabra expulsión no entra en el vocabulario del PP".

Camps llegó a comparar la trayectoria política del PP con un largometraje "apasionante" que tendrá un "final feliz" y del cual no puede extraerse ningún fotograma ni frase porque, de lo contrario, "al final no tenemos la película". ¿En quién estaría pensando como protagonista final del largometraje? Es indudable que ayer Camps quiso jugar la baza de la moderación, de la conciliación y del centrismo interno pensando en una jugada de largo recorrido. Esperanza Aguirre dijo que las cartas no estaban repartidas y reivindicó su afición al póker y al mus. Pero el congreso puede cerrarse en falso. ¿Y si, al final, el juego fuera el truc?

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