Dos mujeres
No son situaciones análogas, y no pretendo presentarlas como tales. Pero resulta tentador, desde un punto de vista narrativo, jugar a los paralelismos entre las dos figuras femeninas -Esperanza Aguirre y Montserrat Nebrera- que, de forma simultánea, han exteriorizado durante estas semanas poselectorales y precongresuales claras ambiciones de liderazgo político en el campo conservador, la primera sobre el Partido Popular español, la segunda sobre el Partido Popular de Cataluña.
Aunque algún admirador lisonjero haya calificado a Nebrera como "la Esperanza Aguirre catalana", lo cierto es que sus trayectorias públicas son muy dispares. Esperanza Aguirre Gil de Biedma, madrileña de 1952, procede de un medio social de abolengo burgués, realzado después por su matrimonio en 1974 con el conde de Murillo, Grande de España. Habiendo ocupado ya, como funcionaria de carrera, cargos de confianza política durante los últimos gobiernos de la Unión de Centro Democrático, tras la crisis de ésta comenzó a militar en las escuálidas filas de la Unión Liberal -luego, Partido Liberal-, aquella fantasmagórica sigla que Fraga promovió y sostuvo para dar a su Alianza Popular (AP) un barniz más centrado y plural. Bajo ese rótulo, la señora Aguirre devino concejal de Madrid en 1983, compitió en liberal elegancia con aquel dandi de la política que era José Antonio Segurado y se fogueó en las trincheras partidista e institucional antes de incorporarse, ya sin ambages, a la casa madre de la derecha española, a AP -bien pronto, Partido Popular- en 1987.
Es probable que ni Aguirre ni Nebrera satisfagan a corto plazo sus aspiraciones
Valor en alza dentro del equipo de gobierno municipal madrileño desde 1989, al mismo tiempo tejió una buena relación política y personal con José María Aznar, de modo que, al alcanzar éste el Gobierno, la nombró ministra de Educación y Cultura (1996-1999) y luego presidenta del Senado (1999-2002) para después enviarla a relevar a Alberto Ruiz-Gallardón en la presidencia de la Comunidad de Madrid. Si sus comienzos en ese ámbito se vieron empañados por la polémica (el caso de los tránsfugas socialistas Tamayo y Sáez), desde el otoño de 2003 Esperanza Aguirre ha convertido la provincia de Madrid en un baluarte electoralmente inexpugnable del PP y en un feudo personal dentro de éste. Eso sí: sin reparar en los métodos, desde la flagrante manipulación ideológica de Telemadrid hasta el falso escándalo de las sedaciones en el hospital de Leganés.
Por su parte, Montserrat Nebrera González -barcelonesa de 1961- es de orígenes mesocráticos, una self made woman lista e infatigable que hubo de consolidar su posición académica y profesional antes de dejarse tentar por la política. Conocida ya en ciertos ambientes del catolicismo barcelonés más conservador desde finales de la pasada década, una corta pero intensa carrera de tertuliana y opinadora mediática la proyectó a la notoriedad de masas: su aplomo y su desenvoltura para defender en Cataluña las causas más difíciles (ya fuesen el recurso del PP contra el Estatuto, el creacionismo antidarwinista o el rechazo de las uniones homosexuales) le valieron el embeleso de los afines y la admirada sorpresa de los contrarios. De ahí que un Josep Piqué ya en posición frágil la fichase en el otoño de 2006 como número dos de su propia candidatura a la Generalitat.
Sin embargo, Piqué dio el portazo en julio de 2007. Y Nebrera, aun cuando se afiliase al partido unos meses después, ni dejaba de ser una intrusa -una intrusa con ínfulas- para los pata negra de la casa, ni estaba dispuesta a eclipsarse en silencio bajo la gris disciplina impuesta por Daniel Sirera. Por eso desde entonces la han perseguido las etiquetas de imprevisible, díscola, polémica o rebelde. Por eso se ha visto preterida en las tareas parlamentarias y excluida de la lista al Congreso, el pasado mes de marzo. Por eso mismo, seguramente, ha resuelto lanzar su precandidatura al liderazgo del PP catalán: porque, de perdidos, al río; para hacerse valer y lograr algo a cambio; porque, si se produjera, un duelo congresual entre ella y Sirera causaría auténtica sensación...
Entretanto, los mediocres resultados del PP el 9 de marzo, y la rapidez de Rajoy en autoconcederse una tercera oportunidad electoral, han espoleado el apetito de liderazgo de Esperanza Aguirre, temerosa de que, a tres o cuatro años vista, puedan adquirir ventaja Ruiz-Gallardón o alguno de esos jóvenes valores que andan subiendo. La presidenta de Madrid dice reclamar un "debate de ideas"; pero las que se le conocen o presumen están a la derecha de Rajoy, son inspiradas o jaleadas por la caverna mediática y sintonizan con la tesis de Vidal-Quadras: que todas las apelaciones al centrismo y a la moderación "son chorradas", cuando lo que hace falta es un PP "sin complejos".
Tampoco las aspiraciones de Montserrat Nebrera aparecen provistas de una base doctrinal clara. La diputada dice tener "un proyecto para Cataluña", pero todavía no nos lo ha contado. Desde el punto de vista identitario, deja que la sitúen a la izquierda de Sirera, hasta el punto de que algún freakie la ha tachado de "criptoconvergente" por criticar -verbigracia- el cierre de repetidores de TV-3 en Valencia; sobre moral y costumbres, en cambio, corteja posturas muy integristas. ¿Es éste el giro que quisiera imprimir al PP catalán? ¿Resolvería tal receta los problemas estructurales de dicha sigla en el Principado?
Ambas se dicen liberales, cultivan un cierto populismo, y a las dos las favorece, en el actual momento político, su condición de mujeres. Pero no es probable que ninguna de ellas satisfaga a corto plazo sus aspiraciones. Aguirre seguirá esperando, atrincherada en su taifa madrileña. Nebrera no tiene taifa. Y el papel de Rosa Díez ya está ocupado...
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.