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Reportaje:Exposiciones

Diálogo sobre el tiempo a través del tiempo

Si hace cinco años y medio la galería del Belvedere causó sensación con la gran retrospectiva dedicada al escultor germano Franz Xaver Messerschmidt (17361783), figura histórica conocida, pero no bien comprendida por los especialistas hasta fechas recientes, ahora ha vuelto a insistir sobre el tema, pero desde otra perspectiva: la de su confrontación con uno de los escultores más interesantes en la actualidad, el británico Tony Cragg (Liverpool, 1949), residente en la localidad alemana de Wuppertal desde 1977.

La incomprensión académica padecida por Messerschmidt se empezó a fraguar entre sus contemporáneos, que no entendieron el extraño giro que dio a su obra en la década de 1770, en plena madurez y cuando llevaba más de una década trabajando para la Corte Imperial de Viena. No se sabe si por influencia del científico también incomprendido Franz Anton Mesmer, defensor del magnetismo animal, contemporáneo y amigo suyo, o por otras razones coadyuvantes, el caso es que Messerschmidt se dedicó obsesivamente en la etapa final de su trayectoria a la realización de una amplia serie de "cabezas de expresión", cuya gestualidad fisiognómica parecía bordear lo grotesco, cuando no lo simplemente atrabiliario. Aunque históricamente este interés de Messerschmidt por captar los instantes álgidos de las muecas humanas estaba en perfecta consonancia con la investigación científica y el pensamiento avanzado del siglo XVIII, lo inusual de su plasmación artística lo condenó, primero, a la marginación y, luego, a esa peculiar memoria donde yacen los "raros". En cualquier caso, al margen de profesores, críticos o público, los que sí se percataron de la importancia y la modernidad de Messerschmidt fueron sus colegas posteriores, que no han dejado de tenerlo presente hasta la actualidad, como así lo han puesto de manifiesto, entre otros, desde Medardo Rosso hasta Arnulf Rainer, Bruce Nauman, Cindy Sherman o el mismo Tony Cragg.

Pero lo que ahora se ha intentado, por iniciativa de Agnes Husslein-Arco, directora de la Galería Belvedere, de Viena, y los comisarios de la muestra, Michael Krapf y Jon Wood, es, como antes apunté, una confrontación, diálogo o encuentro entre dos artistas separados por dos siglos; esto es: no sólo mostrar la "actualidad" de Messerschmidt, sino su "actualización" por parte de Cragg, cuya relación con el anterior se basa en compartir una parecida visión del tiempo, que es el alcaloide de la modernidad y lo que trataba de vencer el escultor clasicista tradicional. El resultado es fascinante precisamente porque no se trata de que Cragg dedique un homenaje a Messerschmidt, ni que lo parodie, sino de una complicidad reflexiva entre ambos sobre el tiempo a través del tiempo, que es, en realidad, lo que han hecho siempre los artistas de ayer o de hoy, aunque no se lo parezca a quienes no ven en el arte sino su parte más reductoramente trivial, confundiendo "actualidad" con "moda". De manera que Cragg no renuncia a sí mismo, ni técnica, ni material, ni conceptualmente, para acoplarse a Messerschmidt, sino que, en efecto, se encuentra con él, salvando unas distancias que sólo son burocráticas.

Excelentemente montada en cinco estancias, esta exposición dialéctica entre estos dos escultores ha conjuntado una treintena de obras de ambos, sin que la versatilidad de los materiales usados por Cragg, ni la aportación de toda clase de nuevas experiencias que éste ha conocido en una de las artes que más se han transformado en nuestra época rompa la intimidad de esta conversación, iniciada en pleno siglo XVIII y aún viva ahora mismo. Esto demuestra, una vez más, que el arte no progresa de manera lineal, sino que "avanza retrocediendo", o, si se quiere, "actualizando su origen".

Obviamente, hay muchas más cosas que comentar a partir de este encuentro Cragg-Messerschmidt, algunas de las cuales desbordan el ámbito de su estricta relación específica, porque hablan entre sí, no dos siglos diferentes, sino dos caras de una misma época, la nuestra, que se inició, de forma revolucionaria, en el siglo XVIII y cuyas consecuencias aún seguimos explorando.

Tony Cragg, Franz Xaver Messerschmidt. Galería del Belvedere. Prinz Eugen-Calle 27. Viena. Hasta el 28 de mayo.

A la izquierda: <i>Close Quarters</i> (2006), de Tony Cragg. A la derecha, <i>El simplón</i> (posterior a 1770), de Franz Xaver Messerschmidt.
A la izquierda: Close Quarters (2006), de Tony Cragg. A la derecha, El simplón (posterior a 1770), de Franz Xaver Messerschmidt.

Otras citas artísticas en Viena

Además de la exposición reseñada, en la Galería del Belvedere, se exhibe también una muy importante muestra sobre el primer Oskar Kokoschka (1886-1980), titulada Muchacho soñador-Enfant Terrible, con 130 obras del artista austriaco, que podrán ser visitadas hasta el 12 de mayo del presente año.

En el Museo de la Albertina y con el comisariado de Werner Spies se puede contemplar asimismo hasta mayo la obra gráfica completa del surrealista Max Ernst (1891-1976), mientras que, en el Kunsthistorisches Museum se han inaugurado, casi simultáneamente, una amplia monográfica sobre Arcimboldo (1527-1593), que mejora bastante la celebrada hace poco en París, y una formidable antológica de la historia del arte chino a través de las muy ricas y poco conocidas colecciones de Taipei.

Por último, aunque sin por ello terminar con todas las citas artísticas de interés en la pletórica Viena actual, también hay que llamar la atención sobre la muy completa monográfica dedicada al artista austriaco Albin Egger Lienz (1868-1926), que, además de ser un muy interesante representante de la Viena Fin-de-Siglo, influyó mucho en Stanley Spencer y, en general, en la llamada Escuela de Londres.

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