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Columna
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Republicanas

Inés Morante estaba criando seis hijos y aún así cayó, durante tres años, cautiva de Franco y sus "defensores de la familia y la infancia". Oficialmente la condenaron por colaborar con el Socorro Rojo, pero siempre supimos que su delito era estar casada con un dirigente comunista al que solo el último barco había salvado del paredón. Pasó el tiempo y en casa de Inés, en las casas de los perdedores, se hablaba poco de lo que había ocurrido en los llamados tribunales, en las mazmorras. Y mucho menos se conservaban documentos.

Hasta después de las primeras elecciones democráticas no aflorarían en este país los testimonios sobre mujeres en las cárceles franquistas y una de las publicaciones que entonces nos estremeció fue el libro de Juana Doña Desde la noche y la niebla. También pudimos conocer de primera mano la experiencia de Pilar Soler y su madre, de Rosita Estruch, y se publicaron muchos y muy buenos ejercicios de memoria de la pluma de Dulce Chacón, Llum Quiñonero, Alfons Cervera, Manuel Girona... Los historiadores y las historiadoras empezaron a interesarse y ya han demostrado que el brutal retroceso en las libertades al final de la guerra presentó unas características muy especiales para las mujeres, un evidente contenido de género. Recordaba el otro día Ana Aguado en la Universitat de València cómo éstas sufrieron específicas prácticas punitivas destinadas no solo a arrebatarles unos derechos de ciudadanía recién adquiridos sino también a doblegarlas y humillarlas. De ahí el corte de pelo (supuesto símbolo de femineidad), el aceite de ricino, el ponerlas a barrer calles e iglesias...

A las republicanas, en general, se las hacía responsables de haber roto el orden familiar tradicional, aunque muchas como Inés Morante hubieran formado una numerosa y cohesionada. Eran consideradas traidoras a la "condición femenina" y doblemente culpables en el sentido político y en el moral: malas como esposas de rojos (por ósmosis conyugal); peores si madres de rojos a los que, obviamente, no habían sabido educar. La dictadura las catalogaba como "mujeres caídas" faltas de moralidad, a las que había que reeducar y purificar. Y ya sabemos cómo se las gastaban aquellos métodos pedagógicos, incluyendo los practicados por las monjitas capuchinas del Convento Santa Clara de Valencia, que toleraron trato y condiciones degradantes.

Vicenta Verdugo se ha sumergido a fondo en aquel universo carcelario y nos habla de entre 18.000 y 30.000 presas políticas. Miles de ellas (la mayoría amas de casa) fueron torturadas y ejecutadas. Algunas entraron embarazadas de hijos a quienes nunca conocerían (como la saguntina María Pérez, La Jabalina) o acarreando criaturas destinadas a morir pronto por la falta de atención y alimentos. Las prisiones femeninas, mantiene la investigadora, conforman una zona oscura en la historia de la represión franquista en el País Valenciano, y aún es muy complicado acceder a los expedientes penitenciarios.

Pero antes o después, igual que se levantaron los sudarios de silencio, acabaremos documentando cuán bárbara fue aquella especial represión contra lo que el fascismo más odiaba: las mujeres grandes, las mujeres libres.

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