Lista para la batalla
Soraya Sáenz de Santamaría entró en política como quien entra en IBM. Recién estrenado el verano de 1999, con el currículum debajo del brazo, fue a La Moncloa a una entrevista de trabajo. Contaba por aquel tiempo 29 años, hacía uno y medio que trabajaba de abogada del Estado en León, y se había enterado de que el Gobierno buscaba asesores jurídicos. Así que el 29 de junio, el día del cumpleaños de su madre, Soraya se montó en un autobús y enfiló hacia Madrid. Francisco Villar, el jefe de Gabinete y mano derecha del por entonces vicepresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, la recibió en su despacho y le hizo, entre otras, una pregunta decisiva:
- ¿A usted le asusta estar continuamente gestionando líos?
Cuando se iba al pueblo de vacaciones, recuerdan sus amigos, no dejaba de estudiar pese a sus buenas notas
Sáenz de Santamaría está casada por lo civil, no acude a misa y prometió (no juró) el cargo de diputada
En las oposiciones puso a prueba su memoria de ordenador, su tenacidad y su capacidad de trabajo
Todos coinciden en que su destino, para bien o para mal, está unido al de su jefe
Soraya respondió que no y Villar intuyó que la mujer que tenía delante era la persona resolutiva que necesitaban.
Casi ocho años y dos elecciones más tarde, la misma mujer joven que desembarcó en la Moncloa como quien cambia de empresa se ha hecho cargo del Grupo Parlamentario Popular, que atraviesa además una situación indefinida de engañosa calma. El principal aval de la nueva dirigente es su primer lastre: ser fiel desde el principio al fin a Mariano Rajoy, el líder que la admitió como asesora técnica en 2000 después de pasar una de esas entrevistas laborales que te revolucionan la vida y haber leído su currículum abarrotado de matrículas de honor.
Sáenz de Santamaría nació en Valladolid, en 1971. Es hija única de una familia de clase media. Su padre, vallisoletano, es empleado en una empresa constructora; la madre, proveniente de un pequeño pueblo soriano, Berlanga de Duero, trabaja por su cuenta.
El tranquilísimo barrio en el que creció Soraya, a un paso del centro, no destaca por nada: hay un bar en la esquina, una peluquería, un supermercado, un cine pequeño de estreno, un colegio de monjas y una comisaría.
Cuando terminaba el curso se iba a Berlanga de Duero. Álvaro López Molina, de 37 años, es ahora el alcalde del pueblo. Tiene la misma edad que Soraya, así que recuerda haber pasado juntos todos los veranos jugando en la misma pandilla a dar vueltas con la bici, al escondite o al Monopoly. Soraya llamaba la atención por una cosa: estudiaba todos los días a pesar de haber sacado unas notas excelentes. "Todos nos hemos alegrado en el pueblo. Se veía venir. Por lo que le digo del estudio. Y no creo que cambie de manera de ser a pesar del éxito. Le he puesto un mensaje de felicitación en el móvil, pero no me ha contestado todavía. Me imagino lo ocupada que está..."
Terminó Derecho en 1994, con el mejor expediente de su promoción. Obtuvo por ello el Premio Fin de Carrera. Íñigo Sáinz Rubiales fue profesor suyo de Derecho Administrativo en tercero y cuarto cursos. Es sintomático que recuerde poco de ella -entre otras cosas porque corrían tiempos de cientos de estudiantes por aula-, pero que sí se acuerde de sus exámenes de sobresaliente. Con la licenciatura en el bolsillo y 23 años, decidió encerrarse en casa y atacar una de las oposiciones más duras para los licenciados en Derecho y convertirse en abogada del Estado, una especie de cuerpo de élite de letrados con vocación de servicio público. Estudió durante cuatro años los 500 temas que entraban. Aprobó.
Unas oposiciones así marcan más carácter que un paso por los boinas verdes, así que Soraya Sáenz de Santamaría ejercitó, puso a prueba y aprendió a confiar en tres cualidades que según sus conocidos, la iban a acompañar siempre: su memoria de ordenador, su tenacidad y su capacidad de trabajo.
Su destino como abogada del Estado fue León. Recuerda haber defendido un caso comprometido y difícil, "una suspensión de pagos de 26.000 millones de pesetas". Y sonríe al acordarse de otro pleito sobre unas lindes de terrenos, no por el caso en sí, sino por las casualidades de la vida y el nombre del abogado que defendía a la Confederación Hidrográfica del Duero y con el que se alió contra un tercero en aquel momento: Juan Rodríguez Zapatero, hermano del actual presidente de Gobierno.
Es entonces, en el verano del 2000, cuando acude a la entrevista de trabajo en Madrid y su vida comienza a rodar a una mayor velocidad y adquiere una intensidad distinta.
Quienes la conocen la definen como una mujer simpática, accesible, habladora, acelerada y discutidora. Aficionada a leer y a ir al cine. A la cocina y al tapeo. Amiga de sus amigos (conserva alguno de los tiempos de parvulitos), hiperactiva e hipertrabajadora. En una entrevista de radio, el miércoles, repitió casi veinte veces la palabra trabajo o alguno de sus sinónimos. Pero también mencionó "la vidilla" del puesto. El jueves dio su primera rueda de prensa como portavoz del grupo parlamentario con la sala rebosante de cámaras y de preguntas, y no parecía nerviosa: habló de hipotecas, de conciliación familiar, de justicia, de educación y de la renovación dentro de su partido. Se nota que le entusiasma el nuevo cargo. A pesar de que no tenga tiempo ni de contestar los mensajes de los viejos amigos de Berlanga. Ni siquiera de aprenderse el nuevo número de móvil, y lo lleve apuntado en un post it y pegado con celo en la parte de atrás del teléfono. Le gusta el cargo y la excitación que acarrea. Y lo admitió en la rueda de prensa: "Espero que con el tiempo gane en experiencia pero que no se me vaya la adrenalina". Asegura que ya no va casi al cine y que se conforma con el DVD y con ver de vez en cuando las películas en casa, pero que no ha renunciado a los libros: ahora mismo está leyendo una biografía de Alejandro Magno y un volumen sobre arte en la guerra: "Muy apropiado para lo que me toca hacer ¿no?".
Al principio, en el gabinete de Rajoy se limitó a asesorar, a ejercer de abogada del Estado, a redactar informes jurídicos, a aconsejar desde un estricto punto de vista profesional. Poco a poco se deslizó hacia la política y traspasó la línea que separa a los asesores de los colaboradores de confianza.
¿Cuándo?
"No lo sé, eso ocurre. De pronto te ves involucrada", dice. Y añade, por concretar una fecha, que en febrero de 2001 Mariano Rajoy fue nombrado Ministro del Interior. "Entonces, al abordar los temas de inmigración, ya me di cuenta de que mi labor no era sólo la de una asesora jurídica, sino algo más". Acababa de ingresar en el equipo personal de Mariano Rajoy. Había elegido.
Influyó el hecho de que profesó casi desde el principio una admiración enorme por su jefe. Con los años ha ido añadiendo una dosis también enorme de afecto y cariño personal. En 2002, acompañó a Rajoy a Galicia cuando éste se hizo cargo de la gestión de la catástrofe del Prestige. Dos años después, su jefe le encargó que colaborase en el diseño del programa del PP para las elecciones de 2004. Fue entonces cuando se afilió al partido.
A esos comicios acudió en la lista del PP por Madrid en el número 18. Salieron 17. Quedó fuera, pero Rodrigo Rato renunció a su escaño para convertirse en director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y Soraya Sáenz de Santamaría le sustituyó.
Todo un símbolo. O una premonición. U otra casualidad.
El pasado jueves, la nueva portavoz del PP mostraba su primer asiento en el Congreso, en la parte de arriba. "Ahí lejos. Después me puse un poco más cerca del centro, y se lo cedí a Ibarretxe cuando se debatió su plan. Yo seguí la sesión ahí, en la escalerita de los fotógrafos". En esta legislatura ocupará un asiento en primera fila de la bancada popular, dos puestos a la derecha de su mentor, delante de toda la vieja guardia, algunos de cuyos integrantes la van a examinar con lupa y con no pocas ganas de que tropiece.
Sus detractores en el partido le achacan falta de experiencia en el cara a cara, y exceso de teoría y de reglamento. Echan de menos en ella un colmillo más retorcido y más pedigrí político para enfrentarse a los pesos pesados socialistas. Es cierto que aporta poca experiencia en el debate cuerpo a cuerpo. Se limita, en general, a haberse ocupado, desde 2004, de la Secretaría de Política Local y Autonómica del PP.
Ramón Jáuregui, actual portavoz adjunto del PSOE, y ponente de la comisión constitucional en la anterior legislatura, negoció con Sáenz de Santamaría los estatutos de Cataluña, Andalucía y Valencia. Asegura que, como todos los abogados del Estado, el conocimiento de la materia que mostraba era exhaustivo. "Le cabían todas las leyes en la cabeza", añade. "El debate sobre el Estatuto de Cataluña fue especialmente tenso; y el de Andalucía también fue muy duro. Ella es una gran legisladora, pero quizá le falta algo que tendrá que desarrollar, fruto tan sólo de que entonces tenía muy poca experiencia. Le faltaba relativizar, unos parámetros políticos más claros, esto es, saber qué te juegas a cada momento. Le faltaba flexibilidad. Pero es joven, tolerante, moderna y con sentido de Estado. A pesar de nuestras posturas encontradas, en lo personal la relación fue buena. Se produjo una dialéctica respetuosa, una especie de burbuja de respeto en una legislatura especialmente crispada y bronca".
Precisamente los debates sobre el Estatut ayudaron a aumentar su popularidad. El nuevo rostro del PP ganó entonces muchos enteros. Fue por esa época, en enero de 2005, cuando, en una entrevista concedida a un periódico, aseguraba que por fin iba a decidirse a ir al dentista a arreglarse un diente mellado que tenía así desde que se dio un trompazo a los seis años.
Por entonces ya se había casado por lo civil en Brasil con otro abogado del Estado y comenzaba a dirigir equipos dentro del PP. Juan Manuel Moreno, un joven diputado del PP colaborador suyo de esa época, la califica como una jefa exigente y trabajadora hasta la extenuación (de su equipo). Eso sí; siempre está atenta al jefe: "La verdad es que a veces era la única que en campaña, por ejemplo, se preocupaba por el aspecto de Rajoy, la que decía 'está muy delgado, mira, debe comer más', la que ponía mala cara cuando teníamos que darle la lata a Rajoy por la noche por ésta u otra cuestión".
La noche de la derrota electoral, cuando un vencido y cansado Rajoy saludaba desde el balcón a la muchedumbre que se congregaba en la calle Génova, la siempre aplicada Sáenz de Santamaría se acercó para entregarle unos papeles con los últimos datos de participación. El jefe no utilizó los datos, pero la animó a salir, a dar (otra vez) un paso adelante junto a él y a saludar a los militantes desde arriba.
También fue un símbolo. O una premonición.
Todos los consultados, partidarios y detractores de la nueva portavoz popular, coinciden: su destino, para bien o para mal, está unido al de su jefe. "Si esa noche Rajoy hubiera dimitido Sáenz de Santamaría habría abandonado la política", comenta un dirigente del PP que prefiere guardar el anonimato. El diputado Moreno asegura que la conoce bien y que aguanta más de lo que muchos creen. Los detractores, por su parte, la acusan de carecer de perfil político, de no salirse de la silueta de la sombra de Rajoy y están seguros de que no resistirá y de que arrastrará al otro en su caída.
Además, le falta el colmillo retorcido.
Ella se ha limitado, por ahora, a arreglarse el incisivo mellado desde que se cayó cuando era una cría.
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