Sentirse acompañado
Suelo escribir poco sobre Izquierda Unida. Aunque me preocupan demasiado sus asuntos y me afectan sus debates, prefiero casi siempre guardar silencio, no pedir la palabra. Y no es que me falten ideas, es que temo molestar, hacer daño a alguien, herir a algún amigo. Las disputas internas en Andalucía y en el resto de Estado han descendido a tales abismos oscuros que opinar sobre un tema político parece como entrar en guerra personal contra un sector de la organización. Si me mostraba favorable a la renovación, sentía que estaba haciendo daño a viejos amigos que llevaban muchos años luchando por la izquierda. Si no defendía la renovación, cargaba con la culpa de no ayudar a amigos jóvenes que están obligados a aportar una nueva lectura de la realidad en la que vivimos. Si alababa el trabajo de una agrupación de Izquierda Unida en un pueblo o en una ciudad, me preocupaba que mi actitud se entendiese como un ataque a la dirección o al grupo parlamentario. Y viceversa. Es difícil opinar con libertad cuando uno está afectado de compañerismo en un lugar en el que la gente ha dejado de sentirse compañera. Si ahora me decido a escribir sobre Izquierda Unida es porque creo que la única salida digna pasa por recuperar la autoestima, el sentimiento de camaradería. Los que defienden una misma visión del mundo deben sentirse compañeros y darse compañía.
Los malos resultados de las últimas elecciones responden, por una parte, a los problemas internos. Es cínico decir que Izquierda Unida no asume su propia responsabilidad y se limita a denunciar la tormenta bipartidista y el sistema electoral. Gaspar Llamazares asumió la responsabilidad pocos minutos después de conocerse los resultados. Sería un acto de cinismo utilizar el sistema electoral para ocultar los errores propios. Pero mayor cinismo están demostrando los que aluden a los problemas internos de Izquierda Unidad para evitar el debate sobre un sistema injusto, desigual, maniobrero, desproporcionado, que le da sólo 6 diputados a Izquierda Unida en Andalucía y que deja a un millón de votantes españoles sin grupo parlamentario. Esto no es ya un problema de Izquierda Unida, es tumor vergonzoso de la democracia española. Que cada cual responda de su cinismo y de su conciencia.
Los militantes de Izquierda Unida han comprobado que nadie les va a regalar nada y que hay mucho interés en que desaparezca del sistema político español una verdadera alternativa de izquierdas. No me voy por las ramas de la utopía, sólo me refiero a temas que tienen que ver con inquietudes de andar por casa: una ley decente sobre el aborto, los concordatos con la iglesia, la monarquía, la inmigración, la globalización del neoliberalismo económico, el militarismo de la OTAN, las rebajas de impuestos y la ordenación federal del Estado. Aquellos que no van a recibir de los otros más que dureza, deben darse compañía, debatir abiertamente de política, olvidar las diferencias, recordar los valores que comparten y buscar un espacio conjunto desde el que trabajar en la sociedad. Las crueles operaciones de acoso y derribo, provocaron que la dirección nacional de Izquierda Unida se refugiase en el grupo parlamentario y olvidara el trabajo en la calle. Ahora el grupo parlamentario andaluz debe evitar esa tentación. Más que un ámbito de enfrentamiento parlamentario con el PSOE, debe ser el referente político de los que trabajan en la calle para defender valores alternativos en el feminismo, la política internacional, la solidaridad, el socialismo y la profundización democrática.
Recuperar la autoestima es incompatible con una crisis cerrada en falso y con una mayoría del 51 % que se imponga en una asamblea al 49% restante. Más que un nuevo coordinador, importa volver a delimitar un lugar en el que hablar de política y en el que sentirse acompañados.
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