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Columna
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Los verdugos

Manuel Rivas

Ha sido necesario que muriese un guionista genial para que se hable bien durante unas horas del cine español. Creo que con tres o cuatro difuntos más vamos hacia una cinematografía de puta madre. España es el único país donde existe un lobby para arremeter contra el propio cine. Y, de paso, como su maquinaria es pesada, pues acomete la tarea patriótica de demoler todo lo que inquieta en la factoría cultural. Una de las corrientes más curiosas en nuestra historia de las ideas es este españolismo antiespañol. El último festín licántropo (Chez Losantos, Anson, Dragó et altrii) fue la gran parrillada de los "untados". Años ha, en Chez Camilo, se horneó en estatua a los 100 novelistas de Carmen Romero. En realidad, es una vieja tradición. Manducar al intelectual y al toro. Los sesos, la lengua, el rabo. En su tiempo, también a Valle-Inclán lo trataron de untado por su amistad con Azaña, él que le había escrito en una carta a un colega: "Me convendrían mucho ahora algunas pesetas para poder comprarme un brazo" (Valle-Inclán inédito). Se han invocado muchas razones para escribir, pero nunca había leído algo tan convincente. Escribir para comprarse un brazo. Valle-Inclán también tenía claro el lugar del escritor: "Siempre con la pareja de la Guardia Civil detrás, como los gitanos". Los jóvenes vuelven a pedir El verdugo. Quieren verla. Azcona nos dijo un día que en El verdugo no había una intencionalidad política, sino que era la historia del hombre que no sabe decir que no. Y que ése era el verdadero drama del ser humano. En algunos lugares de España vuelven a darse brotes xenófobos contra ciudadanos de etnia gitana. A un líder del progrom en ciernes, en Pontevedra, le preguntan en público si es racista y él contesta sin cortarse: "¡Sí!". El hombre que no sabe decir no. La miserable historia de los verdugos en potencia.

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