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Columna
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El país del 'Chiki chiki'

El bueno de Forges me contaba el otro día cuál era la clave para seguir en el "candelabro". Cómo se lo monta desde hace 40 años para arrancarnos una sonrisa cada mañana con esos muñequillos que pinta en cuatro trazos. Sabe que el chiste reside en el subconsciente colectivo y para extraerlo, decía, hay que observar a la gente corriente en el mercado, el metro o la calle y pegar mucho la oreja si no queremos perder comba.

Los políticos y los medios olvidamos con frecuencia esta máxima elemental y corremos el riesgo de abotargar nuestros sensores mirándonos al ombligo. Cuando eso ocurre hablamos mucho de lo que interesa poco. Me ha pasado a mí. Hace mes y pico apareció mi hijo con un videoclip que había descargado de no sé dónde. Quiso que lo viera advirtiendo que pondría el gesto que suelo dedicar a las chorradas. Encendió el ordenador y al tercer toque apareció en pantalla un tipo patético con un ridículo tupé y una absurda guitarrilla. En aquel momento conocí a Rodolfo Chikilicuatre. Un toque más y el tipejo se puso a cantar una cancioncilla estúpida al tiempo que se contoneaba con un par de prietas damas en lo que pretendía ser "un ritmo nuevo". Ese día de invierno y a esa hora exacta supe que existía el Chiki chiki. El rictus de las chorradas surgió rotundo e irreprimible confirmando el pronóstico anticipado, y eso que lo más duro estaba por llegar. Una afirmación y un vaticinio pondrían el remate a mi absoluto descoloque. "Este elemento concursa", afirmó solemne, "para representar a España en Eurovisión y gana seguro".

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Era sólo un pronóstico, no un deseo, a pesar de lo cual reconozco que le crucé una de esas miradas inquisitoriales que, según cuenta, han presidido su vida. En las vísperas del 9-M la nueva democracia del móvil y la internáutica eligió a un actor de la factoría Buenafuente para que en nombre de España se descojone de Eurovisión, o Eurovisión se descojone de nosotros. Es de Barcelona, se llama David Fernández y el nombre artístico escogido para la ocasión era el de Rodolfo Chikilicuatre. El frikismo en estado puro había tomado al asalto la más institucional de todas las plataformas mediáticas del país, y yo sin enterarme. Un periodista que se precie no puede permitirse el lujo de vivir ajeno a fenómenos de esta naturaleza. Unos, para reírle la gracia, otros, para indignarse; lo cierto es que desde el 8-M el tal Rodolfo es el objeto de toda suerte de comentarios en la calle y en los medios de comunicación. Y estas cosas no ocurren porque sí. Por anecdótica que parezca, la aparición de este tipo de monstruos responde siempre a una causa o a unas circunstancias que propician su advenimiento. Algo muy gordo tiene que acontecer para que mi amigo Javier, un ingeniero que hace esos túneles de puta madre que atraviesan Madrid de punta a punta sin derribar una sola casa, se pasara una noche de sábado enviando SMS para que gane el Chikilicuatre.

Algo muy serio está pasando aquí para que la pretenciosa cruzada de TVE "Salvemos Eurovisión" elija de abanderado a este esperpento. Y algo muy preocupante ha de ocurrirnos para que, encima, logre salvar ese casposo festival. Porque, ahora sí, estoy convencido de que la gala de Eurovisión va a lograr, al menos en España, registros de audiencia que no obtenía desde el La, la, la.

O necesitamos reírnos de nosotros mismos, o nos hemos convertido en un país de risa. O, lo que es peor, las dos cosas a la vez. Miren si no cómo está el patio político. Recuerden a Pepiño tratando de meter su voto del Congreso en la urna del Senado o la risa floja de Acebes la noche de la derrota. Y esa melenita de guayabo en celo que luce el señor Aznar, ¿no es para partirse la caja torácica?

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La letra inicial del Chiki chiki se reía tímidamente de Rajoy y Zapatero en el más puro estilo chirigotero. En su primera versión los ponía a bailar junto a Hugo Chávez, unos hermanos y su mulata. Que la mulata bailara con las bragas en la mano, a Eurovisión le importa un bledo, pero a los políticos ha habido que quitarlos del estribillo para no vulnerar las normas de la UER, que prohíbe alusiones de esa naturaleza.

Los paridores del engendro lo han apañado sustituyendo los apellidos por los nombres, que no dicen nada, y metiendo un par de actores y dos deportistas. A Chávez le mantienen con el apodo de Tigre Puma, al que un tal Juan Carlos le dice: "Por qué no te callas". Eso y más va a vocear el Chikilicuatre en Belgrado ante Europa entera el próximo 24 de mayo. Y yo aún sigo absorto y descolocado. Tengo que ponerme al día y no sé si morirme de risa o de vergüenza.

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