Los seres humanos
La muerte de la niña Mari Luz Cortés es un testimonio más de la barbarie humana. El presunto asesino encarna esta barbarie, con una personalidad marcada por el mal hasta fronteras inimaginables. Hay que verlo para creerlo, es difícil asumir que existen personajes así. Este hombre no serviría como protagonista de una obra literaria, porque ni la maldad ni la bondad extremas resultan verosímiles fuera de los folletines del populismo ramplón. La literatura, que busca el matiz y la inteligencia, prefiere el claroscuro, el carácter complejo. En los antecedentes penales de este hombre, conviven los abusos sexuales contra su propia hija, la calumnia y la extorsión. No se puede afirmar que careciese de conciencia del mal, porque todo lo que se perdonaba a sí mismo lo esgrimía contra los demás para exigir indemnizaciones. Con la pasión de la víctima, concedía entrevistas a los medios y valoraba en miles de euros el dolor recibido por las agresiones a la paz de su familia. Quien sabe unir con tanta claridad los intereses económicos y los sentimientos, no sólo tiene conciencia del mal sino que conoce a la perfección las raíces filosóficas de nuestra cultura.
Resulta asombrosa la capacidad de algunos medios de comunicación para ganar espectadores a través de los bajos instintos. Hay que verlo para creerlo. Yo vi la retransmisión en directo de los tumultos ocurridos a las puertas de los Juzgados de Huelva, cuando una multitud de gente rompía vallas y tiraba piedras para dejar constancia de su deseo de venganza y su odio callejero contra el presunto asesino de Mari Luz. El programa Está pasando de Tele 5 conoce también con claridad la relación de los intereses económicos y los sentimientos. Después de un reportaje supurante de populismo indignado, desconfianza en las leyes, datos sin contrastar y demagogia, una reportera histérica se mezclaba en el tumulto y arriesgaba su propia seguridad para dar testimonio de la violencia desatada. Todo estaba programado, sacaba lo peor de nuestros instintos y ponía en duda los códigos penales. Más que la denuncia de un error judicial concreto, el estado de ánimo que se creaba sólo servía para exigir el endurecimiento de todas las leyes, para convertirnos a todos en sospechosos, para acabar con todas las rebajas penales y con la deseable integración de todos los exdelincuentes en la sociedad. Repito la palabra todos, porque las creaciones calculadas de estados de ánimo disuelven a los individuos en una totalidad que protagoniza o sufre la barbarie. Todos tirábamos piedras en las calles de Huelva y en todos los hogares españoles se pronunciaban opiniones sobre la pena de muerte o la conveniencia de tomarnos la justicia con nuestras propias manos. Unas veces el poder es la ley, otras la falta de ley.
El escritor ruso Vasili Grossman escribió una novela sobrecogedora sobre el totalitarismo titulada Vida y destino. Las emociones sirven en este libro para iluminar la soledad de las conciencias individuales. Grossman describe un proceso de disolución de la voluntad en el que las víctimas asumen las órdenes homogeneizadoras del poder y ayudan a su propia aniquilación. Habla de sistemas terroríficos, pero no sólo porque estén regidos por dictadores malvados, sino porque destruyen la condición humana. Muchos judíos y muchos campesinos rusos colaboraron disciplinadamente con los ritos de sus propias ejecuciones, programadas por el nazismo y el estalinismo. Claro que también hubo testimonios de resistencia. La conclusión de Grossman busca la esperanza en la desesperación: el instinto de libertad humana es tan fuerte que surge de pronto al margen de la propia voluntad de los seres controlados por el poder. Hay que verlo para creerlo. Mientras la multitud se disolvía en la barbarie, el padre de Mari Luz daba un ejemplo de dignidad y de entereza humana.
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