Cuidados paliativos
Resultaría terrible para la iconografía cristiana una cruz de la que pendieran goteros, sondas y cables
Esto de ser de Pamplona depara a veces muy gratas sorpresas. El arzobispo emérito de mi ciudad natal, monseñor Fernando Sebastián Aguilar, pronunció un sermón cuya importancia desborda ampliamente el marco de la Semana Santa en el que fue expuesto. El valiente orador dijo que Cristo murió dignamente a pesar de que no tuvo cuidados paliativos. Y ante tan graves y solemnes palabras se imponen algunas reflexiones. De entrada habrá que aceptar que en el concepto de dignidad del arzobispo (emérito) no figura la cruz; vamos, que no la tiene presente a la hora de hablar de una muerte digna, porque no parece que se compadezca con ella un instrumento de tortura pensado para prolongar la agonía del ajusticiado. De lo contrario, resultaría un tanto engorroso tener que ir clavando a los enfermos terminales en cruces para que tuvieran una muerte tan digna como la de Jesús.
Como tampoco parece que hubiera procedido suministrar cuidados paliativos al Nazareno. Y eso por dos razones. Primera, porque resultaría terrible para la iconografía cristiana una cruz de la que pendieran goteros, sondas y cables para las distintas monitorizaciones, porque, una cosa es clara, si Dios es todopoderoso, bien podría haber procurado a su hijo toda esa tecnología importada del siglo XXI. El problema no radica en eso, en si se hubiera podido o no administrar cuidados paliativos, sino en la conmoción que hubiera podido causar en los presentes todo aquel aparataje UCI (morfina incluida), amén de, como ya se ha dicho, lo raro que hubiera quedado iconográficamente hablando. Pero la cosa no acaba ahí. ¿Acaso no se hubiera impuesto que el Salvador, en su misericordia, hiciese extensivos los cuidados paliativos a sus compañeros de suplicio, quita a que el mal ladrón hubiera ido después al infierno? (Todo ello con el permiso de los soldados romanos, claro).
La segunda razón tiene que ver con la moral del héroe. A los héroes se les supone un comportamiento épico en todos los trances de la vida. Especialmente el último, el del tránsito. Jesucristo habría perdido mucho de su poder ejemplarizante si hubiera muerto sedado. (O en la cama). Lo sabemos desde antiguo. ¿Qué pinta habría tenido Prometeo si los dioses hubieran puesto a su disposición todo un arsenal médico a fin de mitigar el dolor que le producirían (o le están produciendo, puesto que es inmortal) los pajarracos al arrancarle el hígado a picotazos? Incluso el pobre Sócrates habría perdido mucha de su prestancia moral si le hubieran administrado la cicuta por vía intravenosa al mismo tiempo que le inyectaban un anestésico, como se ejecuta a los condenados en los Estados Unidos. Julio César no habría sido recordado por la Historia de la misma manera si le hubiera dicho a Bruto: "Espera, hijo, antes de que me des las cuchilladas vendrán unos doctores a sedarme, no lo tomes a mal". ¿Y qué nos quedaría de Ofelia si la autopsia revelase que se forró de barbitúricos (una variante casera de los cuidados paliativos) antes de arrojarse al río? Resulta bastante difícil de visualizar la muerte del general Custer con jeringuillas clavadas en el cuerpo en lugar de flechas.
Sí, el arzobispo emérito de Pamplona ha tocado un tema muy sensible. Los que no somos héroes preferimos una muerte sin otro ensañamiento médico que el de toda la balumba paliativa invadiéndonos el cuerpo. Por dignidad.
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