Entre Sauras, músicas y objetos encontrados
Música y religión, un clásico de los matrimonios tradicionales. Siguen casados por la Iglesia desde tiempos inmemoriales. A pesar de que la música, la mejor, no necesita intermediarios para hablar con Dios. Suponiendo que exista. Cada año, en Cuenca se produce el milagro. No creemos en Dios, pero creemos en Bach. Este año sumamos creencias: creemos en Messiaen, un santo tan cercano. Y en otros santos lejanos que se pueden llamar Cristóbal de Morales o Froberger.
Ya lo decía Cioran, hablando de Bach: "Pensar que tantos teólogos y filósofos han perdido días y noches buscando pruebas de la existencia de Dios. Olvidando la única". Algunas músicas nos hacen pensar en Dios. Aunque si siguiéramos los consejos del contradictorio rumano, pensaríamos en Dios noche y día, lo desgastaríamos. Su uso y trivialización lo harían indiferente. Hace tiempo que Dios es para mí una pasión fugitiva, una moda del espíritu, tal como lo expresó el pensador de la podredumbre. Ahora es una cosa de los otros. De unos que hacen procesiones. De otros que juegan a la Bolsa y hacen las guerras.
Hay otras semanas santas, otras playas, otros paraísos artificiales, pero la de Cuenca tiene más música
Vuelvo a Cuenca para disfrutar con la música. Y con algunas lágrimas que tiene la música. Pero también para encontrarme con los pucheros y sus paganos manipuladores. Y tropezarnos con Antonio Pérez, sus objetos, sus sujetos y sus hallazgos no tan casuales. Doble sorpresa artística en la vieja ciudad levítica: entre los Saura y Esteban Lisa.
Exposición de ese gran desconocido que fue Esteban Lisa. Pintor autodidacta que nunca expuso en vida, manchego exiliado económico, que pasó su juventud durmiendo tras la barra de un bar y dialogando, sin saberlo, con las vanguardias. Me lo dijo Pérez y era verdad. Se puede comprobar en su convento que es su fundación. Tan ibérico Antonio Pérez, tan poco santo y siempre entre muros o caminos donde se encuentran el arte y sus misterios.
Misterioso asunto era la desaparición de la Fundación Antonio Saura, otro conquense adoptivo. Uno de los artistas españoles que convivieron con esa ciudad de pecados y pecadores, de penitentes silenciosos y de ruidosas turbas. Antonio Saura después de muerto, en viva compañía de su hermano Carlos, el fotógrafo que hizo cine, ya tiene lugar abierto para dejarse mirar en pinturas y en su obra gráfica. No fue fácil, todavía hay litigios pendientes. Ya se sabe que las fundaciones siempre tienen muchos líos, muchos intereses y muchos novios. Le pasaba a santa Teresa. Les sigue pasando a los artistas vivos o muertos. Tan cerca del mercado, tan lejos de las santidades.
Hay otras semanas santas, otras playas, otros paraísos artificiales, pero la de Cuenca tiene más música. Y a Dios de su parte. -
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