Miradores en la isla vertical
En El Hierro, paisajes volcánicos y costeros que quitan el hipo
Es la isla del final. La más alejada, la más pequeña. La más isla. Tolomeo colocó aquí el meridiano cero, el que separaba el mundo en Este y Oeste, en terra conocida y en terra ignota. Y aquí siguió hasta que en el siglo XIX los ingleses se llevaron esa raya que partía el mundo en dos a Greenwich, para disgusto de los herreños, que quedaron un poco más olvidados, un poco más perdidos en esta su isla del final.
El Hierro es la más occidental de las Canarias. Si hablamos en estrictos guarismos de superficie, sería un peñasco de apenas 33 kilómetros de longitud. Pero si la miramos en vertical deberíamos hablar de una isla-continente por cuyos perfiles volcánicos de desniveles imposibles se solapan todos los biotopos posibles. Desiertos volcánicos en la costa. Plataneras y pinares en las medianías. Bosques relictos de laurisilva prendidos en una gasa perenne de humedad en las cumbres del Malpaso.
Una ínsula bucanera digna de una novela de Stevenson, donde las sabinas se pliegan para sortear la furia de los vientos y los acantilados de lava volcánica caen a pico hasta hundirse en el mar. La verdadera isla del fin del mundo de la que la escritora cubana Dulce María Loynaz escribió: "Es la más occidental de su galaxia, la signada por Tolomeo como primer meridiano del mundo, cuando el mundo era plano y cuatro ángeles lo sostenían por las esquinas".
Nada mejor para visitar, por tanto, un mundo vertical que una ruta por los miradores naturales que se asoman a las paredes negras de escorias volcánicas y basalto. El primero y más famoso lo encontramos en la carretera antigua entre Valverde, la capital, y Frontera por Guarazoca. Es el mirador de la Peña, en el que César Manrique levantó, o más bien enmascaró, una construcción de piedra volcánica que ha servido de restaurante-escuela.
Quienes se aboquen a su pretil tendrán a sus pies más de mil metros de caída libre por los riscos de la Fuga de Goreta, unos cantiles afilados que parecen rasgar el cielo. Por increíble que parezca, los pastores herreños se movían por estos abismos con gran soltura. Se ayudaban con el palo, una pértiga de madera que permitía apoyarse, para saltar y vadear abismos con la soltura de un trapecista.
Abajo se ve el imponente valle de El Golfo, donde crecen piñas, plátanos y vides sobre unas tierras de negra escoria. Su característica forma de semicírculo delata que es la mitad del gran cráter que dio origen a la isla. Hace 500.000 años, una gigantesca explosión pulverizó la otra mitad del cono y la mandó al fondo de la bahía, gracias a lo cual El Golfo alberga la única plataforma continental en torno a El Hierro. Por la vertiente sur y este de la isla, en cambio, se alcanzan mil metros de profundidad a apenas dos kilómetros de la costa.
Verde y melancólica
La carretera continúa su estresante circular pegada a las curvas de nivel hasta el mirador de Jinama, otro balcón sobre el valle de El Golfo, sumido siempre en esa humedad verde y melancólica con la que los alisos impregnan la roca herreña. Hay una pequeña ermita dedicada a la Virgen de la Caridad desde la que nace el camino de Jinama, un sendero que los herreños utilizaban para las mudadas, los movimientos trashumantes entre el valle de Frontera y la meseta de Nisdafe, en el altiplano central de la isla. Un poco más adelante puede verse otra perspectiva del valle desde el mirador de Izique.
El asfalto corona el Malpaso, que con sus 1.501 metros es la cota más alta de la isla. El nombre no es gratuito. Este paso fue siempre un linde ficticio para la vida herreña. La línea imaginaria que separa dos mundos distantes, Valverde y Frontera, tan lejos uno de otro como la Luna y el Sol, no sólo por las curvas y lo angosto de la pista (única vía de comunicación hasta la apertura del nuevo túnel por debajo del mirador de la Peña), sino también porque en estos pequeños mundos insulares la vida se reduce al entorno más próximo.
En El Hierro es ilusorio hablar de núcleos urbanos más allá de Valverde y, en cierta medida, de Frontera. El resto son caseríos diseminados, sin principio ni fin, que fomentan aún más una vida enraizada en la cercanía de la familia y no en complejas redes sociales. En el otro extremo del valle queda el mirador de Bascos, al que se accede desde la ermita de la Virgen de los Reyes, otro balcón sobre El Golfo.
El Pinar es la población más grande de la vertiente sur. Cerca del pueblo, sobre un cerro, cómo no, volcánico, se levanta el mirador de Tanajara, una atalaya perfecta para disfrutar de los atardeceres sobre los pinares que han dado nombre a la localidad. Desde allí baja una carretera hasta La Restinga, el pueblecito de pescadores y submarinistas enclavado en la punta más meridional de la isla. Toda la carretera es un mirador continuo sobre el famoso lajial de La Restinga, una de las zonas de morfología más espectacular de El Hierro. El lajial resume la fuerza creadora de una isla donde las evidencias del magma son omnipresentes. Hay más de 200 conos localizados en su superficie, y más de un millar de tubos volcánicos horadan el subsuelo. Pero es aquí, en el lajial de La Restinga, donde las entrañas de la Tierra muestran su más absoluta desnudez. Se puede dejar el coche en un lateral de la carretera y dar un paseo a pie por el pleistoceno a través de este escabroso mar de coladas negras y ocres, que se trenzan como lianas de piedra.
El círculo de esta ruta visual por los miradores herreños se cierra en la carretera que va de El Pinar a Valverde. Allí, poco antes de la aldea de Isora, está el mirador de Las Playas, uno de los más soberbios. El balcón se asoma a los acantilados del Risco de los Herreños, otra pared negra de mil metros de desnivel que cierra la vertiente oriental de esta isla-everest. Abajo está Las Playas, una de las pocas zonas llanas del torturado litoral herreño, donde por deseo expreso de Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo, se levantó un parador con el mejor envoltorio posible. No hay nada más que el edificio, de 47 habitaciones, en un paraje solitario e inaccesible frente a frente con el Atlántico. El resto es la más bella de las soledades, festoneada aquí y allí por dragos, palmeras, cactus y plantas tropicales. La naturaleza aún intacta de una isla perdida que fue principio y final.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir
- Binter Canarias (902 39 13 92; www.bintercanarias.com) vuela
a El Hierro desde Gran Canaria
y Tenerife Norte. Desde Gran Canaria, a partir de unos 49 euros por trayecto.
Visitas
- Restaurante del Mirador de la Peña (922 55 03 00). El establecimiento abre de 11.00 a 22.30. Precio medio por persona para comer, entre 20 y 30 euros.
Información
- Turismo de Canarias (928 29 36 98; www.turismodecanarias.com).
- Patronato de Turismo de El Hierro (www.elhierro.es; 922 55 03 02).
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