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Columna
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Bocas que alimentar

En estos que son días de vigilia y ayuno, el papeo, la jala, la merendola, el ágape, el empacho o, en una palabra, la alimentación es un problema mundial, continental, nacional, local, familiar y personal. No lo es universal o cósmico porque a nadie le consta que haya pulpeiras gallegas o sidrerías vascas en Urano, pero todo se andará. Dar de comer al hambriento es obligación de todo cristiano, así como dar de beber al sediento es obligación de todo barman. En la hostelería -y en las fiestas gastronómicas que incendian Galicia de ardor estomacal cuando lo forestal se tranquiliza- la cuestión es al revés: se trata de dar de comer al que come y dar de beber al que bebe. Todo un trasiego de bolos alimenticios, de comercio y de bebercio que me asombra, negra sombra, cuando pienso en la dolorosa, que es la madre de todos los cristos a la hora de pagar, bien sea por eso de "¡pago yo, cagüendiós!" o por aquello de "¡qué jeta tiene tu cuñado que nunca tira de cartera!". Ya en el Génesis quedó claro con lo de la manzana y la serpiente (¿o sería una lamprea?): la comida es el origen de todo mal. Cuando comemos, porque comemos; cuando no comemos, porque no comemos.

Galicia alimenta a sus hijos para que estos alimenten a sus nietos. Dar de comer a la prole resulta cada día más caro y, en jornadas de recogimiento espiritual y racionamiento de hamburguesas, ni siquiera se puede acudir al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo porque andan los tres muy ocupados con todo este jaleo de procesiones, costaleros y borrachines vestidos de romanos o de militantes del Klu-Klux-Klan. Y como ni siquiera hay misas, pues a olvidarse del pan y del vino, que son el canapé y la copichuela en la permanente inauguración de la exposición universal del cuerpo de Cristo.

Vacíos de carne, de mundo y de demonio, se conforman los fieles con la luna llena del viernes más trágico del calendario. Rezamos para que no haya nubes (las chuches no: el fenómeno atmosférico) y así la luna que más alumbra brille en todo su esplendor en el firmamento. Pero de firmes no tenemos nada: nos tambaleamos por falta de proteínas, grasas e hidratos de carbono. Y ahora menos mal, pero hace años estaba muy mal visto eso de hidratarse por los bares en estos días. ¡Cuánta debilidad! ¡Cuánto desfallecimiento!

La angustia y el dolor de estas fechas se multiplican cuando hay otras bocas que alimentar que no sean la propia. Galicia, insistimos, puede quedarse sin comer pero jamás permitiría que eso le pase a sus hijos o sus nietos. El hambre puede llevar a la locura (y si no, véase lo de Saturno devorando a sus hijos) y la gula, al infierno. Las bocas que hemos de alimentar también se nos multiplican, nos indica Amaia Revuelta. Nuestros hijos biológicos piden pizzas, cereales y coca-cola pero, en cuanto nos despistamos, aparecen infantas e infantes hambrientos y sedientos de fanta, caviar y chorizo ibérico con los que se nos obliga a compartir el presupuesto familiar. A ellos no les hace falta la tarjeta de puntos del hipermercado que, al parecer, sirve para pillar unos cuantos yogures más al mes. Por el contrario, el nuestro es un viacrucis lácteo sin cuota y sin bífidus activo. Galicia comete toda clase de pecados desnatados, semidesnatados y enteros: de ahí nuestra tragedia a la hora de alimentar bocas.

Ante la sandez que nos invade en temas alimentarios, los hijos de Galicia proclaman que la comida más importante del día es el desayuno y la comida y la merienda y la cena (por no añadir el aperitivo, el bocata de media mañana o el cola-cao de irse a la cama). Olvidan, ¡hay!, el pienso del gato o la cuota de la hipoteca, simpático el uno y antipática la otra pero caros ambos como fotos (o como demonios, que viene a ser lo mismo) en las Azores.

En días de vigilia y ayuno, las bocas que hemos de alimentar -porque así Galicia nos lo ordena- piden más pitanza y hemos de responder a la llamada. Que ni una sola de nuestras proteínas sirva para alimentar a las caras más duras ajenas, debería ser lema de nuestro escudo. Que todos nuestros escudos sirvan para proteger el alimento de los hijos de Galicia, debería ser nuestra proteína.

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