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Columna
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Pesos pesados

Juro al hipotético lector que es la última vez que me refiero a las elecciones ya pasadas, esa ordalía del tedio crispado. A final todos son unos excelentes muchachos, o muchachas, que se felicitan por los resultados obtenidos, y hasta la próxima. Llama la atención, sin embargo, que en nuestra comunidad el socialismo no levante el vuelo ni bajo las amplias alas de Teresa Fernández de la Vega, Bernat Soria y Jordi Sevilla: corolario de un planteamiento que confía en el tirón de los líderes para levantar el ánimo del electorado. No pueden con las gaviotas. Es así como Francisco Camps puede alardear de ofrendar nuevas glorias a España, con más del 51 % de los votos, birlándole el escaño a los de Esquerra Unida y alzándose con el nuevo escaño de Alicante. Un panorama desasosegante que propiciará unas Fallas estupendas, y que lleva a lamentar que Mariano Rajoy no se haya alzado finalmente con la victoria, con las consecuencias que eso habría tenido para el brillante futuro del señor Camps. Al final han tenido que ser Cataluña y Euskadi, dos nacionalidades de las llamadas periféricas, las que han salvado la cara del socialismo español, mira por dónde.

Hay que haber visto a Joan Lerma congratulándose de la contribución que habrían hecho al triunfo de Rodríguez Zapatero para ver hasta qué punto la cúpula, si la hay, del socialismo valenciano ha perdido el norte a favor de no se sabe ya qué cosa, qué proyecto, qué ilusión desesperanzadora, qué melancólica desmovilización. Se daba como seguro que una amplia participación favorecería a la izquierda, y he aquí que tanto en Valencia como en Madrid se vota masivamente a favor de la derecha y la izquierda declarada se queda con menos del cuatro por ciento de los votos, un porcentaje irrisorio que descuelga a Gaspar Llamazares de su misérrimo liderazgo, por no hablar ahora de las trifulcas de Glòria Marcos o Isaura Navarro, mientras que Fernando Savater consigue 300.000 votos de la mano de Rosa Díez y Albert Boadella se queda sin representación parlamentaria por la debacle de sus Ciutadans. Se ve que el asunto no está para bromas, que los ciudadanos, catalanes o no, desconfían de los flecos y optan por las grandes alternativas susceptibles de una eficacia ajena a los matices. Eso ni es bueno ni es malo, pero de momento es. El elector vota por las grandes corporaciones políticas porque sabe que es ahí donde se decide parte de su futuro. Lo demás, en este momento, es soliviantar con alicantinas, como decía Valle-Inclán, lo que afectará también más pronto que tarde al bizarro proyecto de Savater-Díez.

Mientras tanto, Camps seguirá dando la tabarra con el asunto del agua, Rajoy proseguirá sin saber si sube o baja la escalera, y el socialismo a la valenciana comenzará a recuperar sus constantes vitales si acierta a optar por la renovación en lugar de recurrir al lifting de una supervivencia en entredicho. Desaparecido en combate Joan Ignasi Pla por un asombroso te vas a enterar de la reforma del baño de tu casa, ¿quién puede tomar las riendas, si las hay, de todo este vacile? No Carmen Alborch, que se va de senadora, no Fernández de la Vega, que seguirá como vicepresidenta en Madrid, tampoco Bernat Soria ni Jordi Sevilla, episodios coyunturales que más que tapar la crisis contribuyen a magnificarla. Alguien debe asumir tanto y tan reiterado fracaso.

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