Vencedores y vencidos
En resumen, que ni tan tan, ni muy muy. Los electores se han sacudido los miedos que se les han querido inocular durante estos cuatro años y en la campaña. Ni han escuchado el grito de viene el lobo tan grato al spin doctor de Moncloa, ni tampoco al coro de los catastrofistas con nuevas voces como la de Manuel Pizarro. Al PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero las urnas le conceden una oportunidad adicional para ver lo que da de sí en otras compañías, y al PP de Mariano Rajoy le aclaran que por ese camino al que le han empujado sus hinchas mediáticos no hay manera de que su formación se convierta en alternativa. La suma de todas las opciones que han alcanzado representación parlamentaria presenta variaciones notables sobre el paisaje de procedencia y exige de los recipiendarios del voto una reconsideración abierta de sus actitudes.
Las urnas dan a Zapatero otra oportunidad, y a Rajoy le aclaran que por ese camino no se convertirá en alternativa
Cuestión de gran interés son los escaños obtenidos en conjunto por los dos grandes partidos que en esta ocasión alcanzan los 322, y es la mayor cifra de las registradas desde 1977. Entonces representaban 284. En 1982 fue de 309; en 1986 se redujo a 289; en 1989 llegó a 282, pero desde entonces ha seguido una progresión constante. En 1993 fue de 300; en 1996, de 307; en 2000, de 308; en 2004, de 312, a los que la noche del domingo se han sumado otros 10 más. Algo querrá decir como tendencia esa crecida porque la pretensión de que hemos vivido un insólito tsunami bipartidista en la última campaña no se compadece con la realidad, a menos que se conceda a los dos debates cara a cara celebrados en televisión un impacto de erupción volcánica.
Algún amigo subrayaba ayer su asombro y consideraba inexplicable que, después de estos cuatro añitos cargados de una crispación impulsada por una oposición irresponsable empeñada sin desmayo en el destrozo institucional y en la utilización mezquina del dolor de las víctimas del terrorismo, el PP haya recibido el apoyo electoral de más de 10 millones de ciudadanos. Pero antes de acompañarle en esa actitud conviene registrar cómo el Gobierno ha encajado ese comportamiento considerándolo una bendición, habida cuenta del vértigo favorable que generaba. Los comunicólogos de José Luis Rodríguez Zapatero han estimado desde su llegada a La Moncloa que el tándem formado por Pedro José Ramírez y Federico Jiménez Losantos era funcional, que el miedo guarda la viña y que esos ayatolás arrastraban hacia posiciones extremas a los peperos y ampliaban así el espacio disponible para los socialistas.
Sabemos que ni se puede condenar en bloque a la clerecía por un pederasta que aparezca en sus filas, ni la historia deportiva del Real Madrid queda oscurecida por los excesos incontrolables de los ultrasur. Llega un momento en que se ha de separar el trigo de la cizaña. Tanto la cúpula de la Iglesia como los directivos del Club han aprendido bien el daño que pueden causarles las desmesuras del fanatismo y atienden a sus deberes de corregir los comportamientos indebidos de quienes aparecen abusando de una uniformidad o unos colores que exigen mucho más. Por eso hubiera sido de desear que los líderes de los partidos mayoritarios se produjeran con más ánimo sin hacer la vista gorda ni pasar por alto las manifestaciones amenazantes de la hinchada congregada ante sus sedes en espera impaciente de sus comparecencias nocturnas.
Pero volvamos al título de esta columna para examinar la cuestión planteada de vencedores y vencidos. Observemos que el partido socialista de José Luis Rodríguez Zapatero lo ha pasado tan mal que cualquier mejora sobre los resultados electorales de 2004 le valía como victoria y casi hubiera considerado de mal tono alcanzar la mayoría absoluta, que siempre tiende a ser recibida con agresividad. Zapatero dará enseguida la talla según los acuerdos que forje para la investidura y el Gobierno que designe. En cuanto a los del PP de Mariano Rajoy, nadie duda de que resultaría insuficiente todo lo que no fuera alzarlo como partido más votado. Ahora la disyuntiva de Rajoy es la de retirarse o sustituir a su equipo para emprender una etapa distinta.
En política sucede a veces lo que muestra el profesor Ramón Lapiedra en su libro Las carencias de la realidad. (Metatemas. Tusquets, Barcelona 2008) respecto a los postulados cuánticos. Sostiene Lapiedra que de ellos surgen situaciones y planteamientos contrarios al sentido común que, sin embargo, quedan confirmados experimentalmente en el laboratorio. Son carencias que impiden asignar siempre una "realidad" previa a todo lo que acontece por ejemplo en unas elecciones como las del domingo.
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