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OPINIÓN
Columna
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Brussel Pis

Andreu Missé

"Atención pared electrificada. No mear". Así reza el cartel / amenaza colgado en una tienda de bicicletas de la céntrica calle Flandes de Bruselas. Un mensaje más que contundente para disuadir al más necesitado. El encargado del establecimiento, que proporciona excelentes bicis de segunda mano, señala indignado el rincón de sus desdichas, donde algunos transeúntes nocturnos aprovechan para desahogarse. "Es una broma", se excusa, "pero ya no sabemos qué hacer".

En este caso, las liberalidades mingitorias tienen poca justificación. A menos de cinco minutos del local opera el último urinario público de la ciudad, adosado en los muros de la iglesia de Santa Catalina. Un rudimentario refugio que funciona a pleno rendimiento por conductores que no dudan en dejar el coche cortando el tráfico si las necesidades son urgentes. En invierno el aire frío ayuda a disipar las pestilencias, pero en verano las cosas son distintas.

El origen de este tipo de instalaciones se remonta a 1845. Al año siguiente, con la ciudad ya más o menos equipada, se castigaba hasta con tres días de cárcel a los meones callejeros. Luego los restaurantes y cafés, con servicios de pago, han ido sustituyendo los antiguos equipamientos públicos.

Como en tantas otras cosas, la privatización de servicios no siempre ha sido para mejor. La realidad es que los orines nocturnos se han convertido ya en una pestilente seña de identidad del casco viejo bruselense. Algunos ciudadanos añoran el pasado.

Los estudiosos del fenómeno lo explican por la variedad de cervezas -más de 250 marcas- y el aumento del consumo entre los jóvenes. Uno de cada siete jóvenes flamencos de entre 15 y 16 años ya ha cogido una cogorza, según las estadísticas oficiales.

Otros apuntan a la desacomplejada consideración de los bruselenses por las funciones naturales, hasta el punto de elegir como símbolo de la ciudad al hombrecito meón, el Manneken Pis. Luego las feministas lograron una representación para su compañera, la Janeken Pis. Y para completar la familia, el escultor Tom Frantzen creó Zinneken Pis, el perrito que levanta la pata.

La estima de los belgas por la desnuda condición humana tiene otras manifestaciones. Como botón de muestra, las puertas transparentes de los lavabos del restaurante Belga Queen, que se convienten en opacas sólo si se dan dos vueltas de llave.

Pero quizá todo esto cambie sustancialmente con el nuevo plan contra el alcohol. Los siete ministros de Sanidad, que representan todos los niveles administrativos del país, estudian la prohibición de beber cerveza a los menores de 16 años. -

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