¡Que vienen los africanos!
Casado e Higuero se clasifican para la final del 1.500, pero descubren que los rivales corren mucho
Antes de echarse a correr, en la línea de salida de los 800 metros, Manuel Olmedo tiene la costumbre de llevarse la yema del corazón y el índice a la yugular y contarse los latidos del corazón durante cinco segundos. "Es un tic", dice el sevillano; "me gusta salir caliente, por encima de las 100 pulsaciones por minuto, pero no sé..., esta vez estaba un poco arrítmico". Hizo Olmedo una carrera a tirones, delante, detrás, más rápido, mucho más rápido, que acabó bien. La última recta le tocó en momento de subidón y se infiltró en la semifinal.
Ni Arturo Casado ni los miles de espectadores que llenaron el velódromo de Valencia necesitaron saber cómo traqueteaba su corazón para conocer el funcionamiento de su cuerpo, para concluir que su víscera cardiaca bombeaba en el vacío durante una última curva, una última recta, que, para agonía del respetable y sufrimiento propio, recorrió a una cámara tan lenta que muchos pensaron que nunca llegaría al final. "Pero sabía que llegaría", dijo el madrileño; "yo nunca me paro". La recompensa le llegó mediada la ascensión a la zona mixta. Se la anunció el locutor por los altavoces: por los pelos, pero allí estaba; había logrado clasificarse por tiempos para la final de los 1.500, hoy, en la que también estará Juan Carlos Higuero.
El premio a la felicidad se lo llevó Naroa Agirre, que se metió en la final de pértiga
La noticia no le valió a Casado para recuperar el brillo en la mirada, el fuego que le animaba el alma los últimos días. El descorazonamiento que sufrió en la última vuelta, no tanto por la constatación de su incapacidad para cambiar de ritmo una carrera corrida a 3m 37s -1s inferior a su mejor tiempo en pista cubierta- como por la verificación de que en Valencia hay unos cuantos atletas -Ramzi, Gebremedhin, Simotwo- que pueden y, encima, se lo hacen en sus narices. "Me han sobrado 200 metros", dijo el de Santa Eugenia, que llegaba temiendo tanto la reaparición del misterioso Rachid Ramzi -el oculto: no corría desde que logró la plata en los Mundiales- como feliz porque pensaba que iba a llegar el momento de desvelar que se equivocan los que le consideran un diesel de la pista: alto ritmo de marcha, pero sin velocidad en el cambio. "Pero no esperaba encontrarme con una carrera estilo mitin. Han cambiado al final y no he podido seguirlos", confesó.
A Casado le esperaban en el vestuario baños de agua helada, una buena sesión de estiramientos para recuperar el cuerpo. La recuperación del ánimo es otra cuestión, pero en esa tarea seguramente encontró la ayuda de su compañero Higuero, el del corazón saltarín, que terminó casi silbando una semifinal tan limpia que no recibió ni un codazo. Lo cual también puede ser una mala noticia. Las últimas semanas se especulaba con la teoría de que los atletas africanos corren más deprisa que los europeos, pero que éstos cuentan con una superioridad táctica, todo un punto en pista cubierta, donde la agudeza de las curvas hace casi imposible el adelantamiento. Pero los africanos, conscientes de su problema, han desarrollado también, como comprobó Higuero, la solución siguiendo el ejemplo de El Guerruj: correr más deprisa aún y el que pueda que me siga. Así hizo Daniel Kipchirchir, el keniano, en la serie de Higuero. El de Aranda aprovechó su rueda y se dejó llevar. Se clasificó sin necesidad de pensar ni de cambiar de ritmo ni de gastar energías, pero también comprendió que la táctica de hoy será la que tracen los africanos. Pese a ello, tenía fe. "Así me gustan las carreras, limpias. Que gane el que más pueda", dijo; "y la final puede moverse en una horquilla de 15s, entre 3m 35s y 3m 50s. Y yo estoy bien, que para algo he hecho mucho fondo, buenos crosses y me he entrenado 150 kilómetros semanales dos meses".
Mayte Martínez se llevó un buen susto esta semana cuando, entrenándose, no se sintió muy bien y al contarse el pulso vio que era de sólo 38 latidos. Como los análisis que se hizo no encontraron nada raro en sus hormonas, se tranquilizó. El pulso se le disparó. Le ocurrió antes de su serie, sofocada en la pista de calentamiento. "Me enteré de lo del asesinato de ETA y pensé ponerme un lazo negro en la camiseta. Así se lo dije a mis compañeros", dijo la vallisoletana; "quería que la familia de Isaías Carrasco supiera que el atletismo está con ellos".En la carrera, Martínez frenó el corazón con la cabeza, se pegó a la imponente Mutola y se dejó llevar hasta semifinales, lo que también logró Margarita Fuentes Pila. El premio a la felicidad entre los españoles se lo llevó Naroa Agirre, quien no daba un euro por su pellejo y, con 4,45 metros, se metió en la final de pértiga.
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