"Quiero dejar de sufrir durmiéndome"
Un hombre evoca la muerte por sedación de su compañera
Lola tenía mucho carácter, un gusto exquisito y las ideas claras. El cáncer que se la llevó en apenas un año no sólo le dejó poco más que la piel y los huesos. El dolor le rompió los días, la cabreó y la aisló de todo. El hombre que estuvo a su lado más de 20 años le da una calada al cigarro y mira a la calle desde el bar mientras lo cuenta con una media sonrisa. Muy forzada.
Lola sabía lo que era la muerte. Se casó muy joven para cuidar de un hombre que murió en sus brazos. Era miembro de la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente (DMD). Firmó el testamento vital, que impide, recuerda Jorge, médico, que se utilicen medios extraordinarios con un enfermo irreversible. "Pero hay que ir más allá, hay que tratar lo que se puede tratar, los signos y síntomas del sufrir: la asfixia, las crisis de pánico, y el dolor. Y eso es la sedación".
Los cuidados paliativos públicos que recibía Lola no contemplaban la sedación terminal a demanda del paciente cuando su experiencia de sufrimiento no se debe sólo a síntomas físicos. Y ella quiso acelerar el proceso.
-El peor enemigo del enfermo terminal son sus más próximos, porque no quieren perder al ser querido -apunta él. No me presté a colaborar con su decisión. Una cosa son tus convicciones y otra cosa es sufrirlo en tu pellejo...
Mientras, Lola peleaba con el dolor. Algo tan simple como cruzar con el coche un badén le provocaba un latigazo incoercible. Al final, cuando sólo vivía en la cama, cuando no podía sujetar ni el libro ni el vaso del zumo, se enfrentaba a tremendas hemorragias anales que la sacaban de quicio. Porque también, en el baño, se miraba al espejo.
El profesional que les recomendó DMD y que le administró la sedación habló con ella. Y una más, el día que se durmió:
-¿Qué deseas? -preguntó él.
-Dejar de sufrir -respondió Lola.
-¿Cómo?
-Durmiéndome. Y no quiero despertarme.
-¿Lo has hablado con Jorge?
-Sí.
-¿Y qué dice Jorge?
-Que no quiere.
-¿Y por qué?
-No quiere separarse de mí.
-¿Y qué opinas?
-Que estoy harta de tanta preguntita.
Jorge recuerda claramente el cansancio infinito de Lola al pronunciar aquella última palabra: pre-gun-ti-ta.
Antes de dormirse, se abrazó a los hijos. Jorge le dijo:
-No me puedes hacer esto.
Ella abrió demasiado los ojos y respondió furiosa:
-¿Y quieres hacerme tú a mí la otra putada?
Se durmió tranquila. Hasta el punto que, vestida con un pijama de seda, volvió a ser la Lola de siempre, consumida, sí, pero con una expresión plácida, la de antes de la enfermedad.
Han pasado algunos meses. Jorge fuma y mira a la calle. Tiene cierto aire de desamparo.
-El final de la vida es que dejes de estar bien. Y eso empieza con un sufrimiento que no desaparecerá.
Lola no se llamaba Lola. Y Jorge, el hombre que pasó con ella los mejores años de su vida, tampoco.
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