Las opciones en juego
Faltan días para las elecciones generales y el resultado es incierto. La mayoría de las encuestas apuntan una ventaja del PSOE que oscila entre tres y siete puntos y señalan un reparto bastante apretado en número de escaños, habida cuenta que nuestro sistema electoral (Parlamento con pocos diputados y muchas circunscripciones pequeñas y sobrerepresentadas) tiende a beneficiar a los dos principales partidos y especialmente al PP. De tal manera que el PP podría ganar en escaños aun perdiendo por un 2% de los votos. Todo se decide en 18 de las 52 circunscripciones, incluso en menos. La victoria o la derrota depende, por lo tanto, de un porcentaje pequeño de votantes en unas pocas circunscripciones electorales, entre ellas todas las valencianas.
Se da por sentado que cuanto mayor sea la participación, más posibilidades de victoria socialista. Sin embargo, habría que poner en cuestión este tópico, al menos en parte. En 2004, la abstención fue de tipo medio, teniendo en cuenta las nueve elecciones generales habidas desde 1977, y hay que recordar que en las cuatro ocasiones con una abstención mayor el PSOE ganó en dos ocasiones. Por lo tanto, no se debería establecer una relación directa entre la abstención y el ganador en votos y en escaños. El resultado electoral no se decide en función de cuántos van a votar, sino de a quiénes votan los que lo hacen. Es una obviedad, pero a veces se olvida. Aquí es donde se deciden las elecciones, y hay que recordar que el sistema electoral favorece la concentración bipartidista en el PSOE y el PP y perjudica a las terceras fuerzas de ámbito estatal (IU); que el voto de izquierdas acostumbra a superar al de la derecha en las elecciones generales; que los votantes de derecha se concentran en una única fuerza (salvo en Cataluña, Canarias y el País Vasco) mientras que los de izquierdas se optan por más formaciones, lo que favorece a la derecha en las circunscripciones pequeñas y medianas, y, finalmente, que mientras el electorado de derechas tiene un nivel de movilización y fidelidad electoral elevado (en torno al 85% y 90%), el de izquierdas es más bajo (poco más del 70%). De acuerdo con esto, para ganar las elecciones, el partido en el Gobierno necesitará la mayor movilización posible de su electorado potencial, atraer parte de los votantes de otras opciones de izquierda, al menos en las circunscripciones pequeñas y medias (Alicante y Castellón), e intentar que los votantes moderados de la derecha no sigan apoyando al PP. Cosas todas ellas difíciles.
Centrándonos en las opciones en juego en la Comunidad Valenciana, tendríamos Esquerra Unida, partido hoy roto y con mermada implantación, y la coalición Bloc-Iniciativa-Verds, izquierda verde y nacionalista que quizás pueda crecer en el futuro, compitiendo por un escaño por Valencia que parece difícil de conseguir para ambos. Y están los dos grandes partidos, para los que la Comunidad Valenciana tiene un valor crucial. Los dos confían en mantener y aumentar los diputados conseguidos en 2004 (el PP pretende conseguir dos más, uno por Alicante y otro por Valencia; el PSOE tres más, uno por cada provincia). Todo dependerá de que la mayoría de los valencianos decida romper la tradición iniciada en 1993 y apoyar a un Gobierno socialista que ha incrementado sustancialmente la inversión en la Comunidad Valenciana y que ha impulsado una política positiva en derechos sociales y civiles, pero que ha pecado de tecnocratismo y de una falta alarmante de pedagogía política. O, por el contrario, siga dando su apoyo a un PP victimista en la Comunidad Valenciana, tremendista y sin propuestas en España hasta que ha comenzado la campaña electoral. El próximo día 9 tendremos que elegir esencialmente (aunque no solo) entre el continuismo de una opción reformista o una alternativa crispada y con más vocación de oposición que de Gobierno. La solución, en las urnas.
Anselm Bodoque es analista político y profesor de Ciencia Política de la Universitat de València.
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