Ideologías
Todas las encuestas señalan que nada va a cambiar. Con pequeñas variaciones, apuntan a una situación similar a la de la legislatura anterior -una mayoría ajustada para el ganador- y la única sorpresa que pudiera esperarse es la de un cambio de siglas en la cabecera del Gobierno. Pasados los días de exaltación o de frustración, los optimistas o los escépticos podrán concluir que este cuento se ha acabado y que regresaremos a la normalidad, a la rutina. Me gustaría poder opinar lo mismo y dejar de preocuparme por ese día después que las encuestas me lo anuncian poco tranquilizador. Hay demasiadas cosas que se han roto estos últimos cuatro años como para respirar tranquilo ante un panorama similar al que acabamos de dejar. Se han roto los consensos básicos, y se ha roto también algo mucho más grave, algo que tiene que ver con la honestidad de nuestros discursos, con el respeto a las palabras, que han dejado de constituir un terreno común en torno al que entenderse o sobre el que disentir, y han pasado a conformar idiolectos instrumentales, proyectiles distorsionados que nunca significan lo que se cree que debieran significar.
Es en el papel del Estado como garante de los derechos y libertades donde se libra la batalla
Es evidente que hay conceptos políticos, como libertad, justicia, solidaridad, patriotismo, cuyo significado es variable, tan diverso como para definir los distintos alineamientos ideológicos. Ninguno de ellos es ya patrimonio de un campo determinado y vemos cómo todos ellos configuran el horizonte ideológico de cualquier opción política. La lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad, que había sido una seña de identidad de la izquierda, ya no le pertenece en exclusiva a ésta desde el momento en que ha sido reivindicada también por su tradicional oponente político, la derecha. Desde esta perspectiva, adquiere pleno sentido la actual tendencia a negar la división tradicional del espectro político en izquierda y derecha y ceñirse a los resultados prácticos de las realizaciones concretas para valorar el mayor o menor avance en el terreno de la libertad, la igualdad o la solidaridad. Ante un horizonte ideológico uniforme no caben las distinciones tradicionales y el único criterio de validación parece ser el de la eficacia...o el de la apropiación exclusiva de los conceptos por desenmascaramiento del contrario. Todos luchan por la libertad, por ejemplo; lo que no está claro es que la libertad signifique lo mismo para todos. El enfrentamiento ideológico no se define ya por la diferencia de los objetivos, sino por la mejor o peor definición de los mismos. Se trata, en definitiva, de una batalla semántica en la que quien mejor enmascara es el que desenmascara mejor.
La derecha conservadora española lleva años tratando de rejuvenecerse ideológicamente. La tarea es encomiable, aunque a algunos nos deje perplejos y resulte todavía pedestre. Han conseguido apropiarse, por ejemplo, de la idea de libertad y situarla en el centro de su actuación política, y tratan de hacer lo mismo con la igualdad. La operación, altamente propagandística, lleva pareja por necesidad una campaña de desprestigio de la izquierda, a la que se le acusa de liberticida y no igualitaria. En nombre de la libertad, la derecha conservadora condena el laicismo y defiende a la Iglesia católica, condena el aborto y defiende el derecho del nasciturus, reprueba la asignatura Educación para la Ciudadanía y defiende la enseñanza religiosa escolar, opone de continuo legalidad y legitimidad, conciencia individual y poder opresor del Estado.
Es aquí, creo, en el papel del Estado como garante de los derechos y libertades, donde se libra la batalla por la libertad y la igualdad, donde se enfrentan derecha e izquierda, o conservadores y progresistas. Una batalla desigual, en la que la derecha no renuncia a un arsenal dialéctico a veces innoble frente a una izquierda incapaz de renovar sus argumentos ideológicos y a la que sólo se le ocurre acusar a su oponente de franquista. ¿Modificarán este panorama los resultados electorales?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.