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Columna
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Dos de bromuro

Allá por el siglo XX, las excursiones amparadas bajo supuestos ejercicios espirituales constituían una oportunidad para convivir ambos sexos unos días en grupo, no como hippies pero alejados de la cueva familiar. Las sales de bromuro, dosificadas en los ágapes claustrales, mantenían la camada a raya y sofocaban turbulencias hormonales, no fuera cosa que Raquel Welch eclipsara la mística oficial. Esta química ya se utilizaba un siglo antes como sedante para arriar bandera o mantener la pasión a media asta. La ciencia ha avanzado mucho, y de adormecer a la parroquia se encargan la televisión y sus apóstoles. Los recientes cara a cara -calificarlos como debates sería excesivo- entre Zapatero y Rajoy pusieron de relieve evidencias, pero también cayeron un par de mitos. Verbigracia, que a diferencia de las democracias avanzadas, para ser periodista y moderar ¿una terapia?, aquí basta con manejar un cronómetro. Por idéntica regla de tres, pasar a la historia como realizador exige no sobrepasar los cuatro segundos del contraplano del señor B, mientras le increpa el señor A. Fuera de ese tiempo, al señor B le puede subir la tensión o quedarse frito, en la seguridad de que el trance no constará en el relato. El delantero marca un gol, mientras la cámara enfoca al linier atándose la bota. Constreñidas las intervenciones y el orden del día a un formato militar, la xenofobia se combate con la regularización por bonobús, pero no queda margen ni reflejos para explicar que más de la mitad del crecimiento económico de los últimos años es fruto de la inmigración, ocupada mayormente en trabajos rechazados por los aborígenes. O queda huérfana de réplica la imprudencia temeraria del candidato de la extrema derecha, que puso al Gobierno valenciano como ejemplo de prestaciones sociales. Un sarcasmo. Se ve que Rajoy no sufre el boicot de la Ley de Dependencia, ni pasa apuros en la sanidad pública, ni su niña, caso de haber sobrevivido a la refriega, estudiará en barracones. Casetas toscas, según el forense de educación, Alejandro Font de Mora. Las corporaciones periodísticas deberían calibrar a cuánta distancia queda la utilidad social de esta profesión, comparada con el papel higiénico o las pipas de calabaza.

El efecto bromuro ya estaba presente en vísperas del espectáculo, cuando se recordaba al respetable, sin consecuencia alguna, que los últimos 15 años había estado ayuno de cara a cara, circunstancia que no ha impedido la peregrinación a las urnas, pese a la caducidad de un sistema electoral con gran desproporcionalidad, descaradamente bipartidista y castrador de cualquier atisbo de pluralidad. Susto o muerte. Ganó la industria por goleada: mensajería telefónica, timbas, publicidad a juego con las audiencias y prórroga de un arrumaco en el que la academia de la televisión puso la cama, con tertulias servidas por palanganeros a peñón fijo y en perfecto estado de revista. En adelante, antes de denostar al imperio, recuerden que Clinton y Obama llevan casi 20 debates como si tal cosa. Mirar hacia Francia o el Reino Unido es peor. Ni el bromuro evita el azoramiento.

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