Ilustrísimo abstencionista
Normalmente, un abstencionista es alguien instalado en el desapego, en el hartazgo, alguien aburrido o cabreado, o descreído; en cualquier caso, desmotivado. Alguien, pues, mal visto, ni siquiera políticamente incorrecto. Y sin embargo, en momentos como éste, un abstencionista es alguien envidiable, que concita toda la atención de la campaña y se ve convertido a su pesar en el eje decisivo del futuro gobierno español. Un tipo así, un abstencionista de pro o inducido, es el tipo más buscado del país, el más halagado, el más requerido.
El Partido Popular reconoce que busca deliberadamente la abstención del voto útil socialista para ganar las elecciones, y el PSOE vuelca todos y cada uno de sus esfuerzos en que no se le quede en casa ningún votante potencial. Los fieles ya van a la iglesia por sí solos.
PNV, Eusko Alkartasuna, Ezker Batua y Aralar claman cada día contra el abstencionismo promovido por la autodenominada izquierda abertzale porque, en su opinión, sólo beneficia a los dos grandes partidos nacionales. Y la autodenominada izquierda abertzale no dice nada, sólo exhibe su cartel pro abstención, pase lo que pase a su alrededor. Llamaba la atención ver ayer en la televisión la contramanifestación de unos cuantos jóvenes contra la presencia de un reducido grupo de fascistas en San Sebastián enarbolando sus banderas falangistas y anticonstitucionales. En pleno intercambio de gritos e insultos, uno de los jóvenes abertzales no enfrentaba su ikurriña a los yugos y flechas de los otros, sino un cartel pidiendo la abstención en las elecciones generales. Eso es militancia y lo demás son tonterías.
La abstención se ha convertido en la clave de la campaña. Una campaña sin oradores brillantes a lo Castelar, por poner un ejemplo, inteligentes como Juan María Bandrés, ingeniosos como Alfonso Guerra (que aún hace unos cuantos bolos), precisos como Herrero de Miñón, cercanos como Labordeta o invectivos como Arzalluz. La clase política ha sucumbido al poder de la mercadotecnia política, al manual de campaña, y ahora todo se mueve en la planicie dialéctica o en las salidas de tono que protagonizan los que ni siquiera saben leer el manual de campaña y, por agradar al jefe (de la campaña, no al otro), tiran de la bilis en busca de titulares de los que luego deben arrepentirse. Léase, por ejemplo, Ana Mato y sus acusaciones de analfabetismo a los niños andaluces.
El afán por retorcer las encuestas, las estadísticas, los análisis o los informes no subyugan al ilustrísimo abstencionista (al de la consigna no, a los demás), cuya voluntad se ha convertido en el clarísimo objeto de deseo de unos y otros. Por eso las actitudes de estos días no son inocentes y detrás de un manifiesto error, de una boutade del tamaño de las que estamos oyendo estos días, puede esconderse una actitud perfectamente calculada. Ya ve usted, señor o señora abstencionista, cómo en el fondo su importancia es relativa. Ni la niña de Rajoy es tan inocente como parecía...
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