La lengua ausente
Si una campaña electoral son palabras, palabras y palabras... nadie diría que habitamos un país oficialmente bilingüe. No hablo de las formaciones minoritarias (entre las que se encuadran las nacionalistas), me refiero a las voces más presentes, las que por decisión de la Junta Electoral o por presupuesto propio más posibilidades tienen de hacernos llegar su mensaje. Y me fijo más todavía en las de la izquierda, pues es bien sabido que la máxima preocupación de la derecha se centra en el peligro que corre el castellano y en que sería más interesante dedicar parte del tiempo del catalán a enseñar idiomas de futuro como el inglés y el chino mandarino.
Este es un emperramiento que me ha hecho recordar la interesante argumentación de un lingüista nuestro trasplantado hace mucho a Barcelona. Jesús Tusón dice (Una imatge no val més que mil paraules, editorial Empúries) que si somos realistas, la inmensa mayoría de la gente vive, trabaja y se jubila en tierras concretas y próximas, lo que quiere decir que la mayoría de los alumnos actuales tendrán muchas más ocasiones de hablar la lengua de su país que la inglesa.
Vale. Ahora solo nos falta averiguar cuál es de verdad la lengua de este nuestro país si el propio consejero de Cultura clasifica al valenciano entre los "extranjeros".
Hace nada celebrábamos el 75º aniversario de la firma de Les Normes de Castelló y UGT publicaba un libro con numerosos artículos y un denominador común: normativización no equivale a normalización; enseñanza no es lo mismo que uso, y aún así menos del 25% del alumnado tiene la oportunidad de estudiar en "la línea", marginada en privados y concertados, y principalmente en Alicante.
Al tiempo que arrancaba esta campaña electoral en español (con algún spot subtitulado por toda concesión) se hacía público un dato espeluznante: el valenciano es la lengua del último libro leído... por el 2,2% de la población encuestada (otro idioma para el 1,9%, apenas un poco menos). El índice de lectura en la llamada lengua propia solo hace que disminuir y ya es el más bajo del Estado incluso por debajo del euskera que, no obstante, va a más.
Poco después de que Quim Monzó publicara un réquiem por la inminente muerte del catalán en Cataluña, me sorprendió que Germà Colón no se mostrara tan pesimista respecto del valenciano. Quizá sea porque el admirado maestro no vive aquí, ya que es diagnóstico indiscutido un retroceso imparable en su uso social, lo que requiere la adopción de urgentes y contundentes medidas, empezando por las administraciones públicas.
Volviendo a Tuson, "la independencia y buena salud de una lengua se reafirma y manifiesta si puede asumir, sin restricciones, todas las funciones que están previstas: desde el habla coloquial hasta los discursos más elaborados; desde la charla intrascendente a las formulaciones científicas".
Nada dice de la propaganda política. Pero...¿es que la dolça parla no sirve ya ni para pedir el voto?
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