Quintana logró llegar el último al convento
El líder del BNG se retrasó 17 minutos y entró dos después que Pérez Touriño
"Tivemos que vir andando", dijo Anxo Quintana al llegar, marcando cojera, al monasterio. Era la excusa que traía para justificar, ante los directivos de la cadena, ese retraso de 17 minutos que mantuvo en vilo a socialistas y nacionalistas. Luego, dentro, la versión oficial del BNG fue que el vicepresidente, acompañado de Teresa Táboas y Suárez Canal, quedó encallado en un atasco. Pero en Santiago, un miércoles a las nueve de la noche, sólo circula el silencio.
La policía andaba temerosa de los chicos de Agir, que estaban en O Toural
No se sabe si Touriño fue informado, antes de irrumpir desde las sombras por la cuesta de San Francisco, de que no iba a ser el último, como estaba acordado, pero lo que parece claro es que a los compañeros de partido que lo aguardaban dentro les cogió por sorpresa el cambio de planes. Ismael Rego y Ricardo Varela salieron corriendo del cenobio como si les persiguiese el diablo, rompiendo todo protocolo, hacia aquella penumbra de la que emergió, cuando todos esperaban a Quintana, el traje azul marino del presidente. Touriño se presentaba al duelo siguiendo la moda marcada el lunes por Zapatero. Corbata de lunares minúsculos (tanto que en pantalla no se vieron) y esa camisa azul clara que usó Felipe González en su segundo debate del 93 después de que los asesores del PSOE le dijesen que la blanca había tenido mucho que ver en su fiasco de una semana antes.
Y dos minutos después, como si hubiese estado espiando apostado en una esquina, por el mismo camino que Touriño llegó el vicepresidente. Venía arropado por mucha más gente, con la camisa blanca bajo la misma corbata azul turquesa que había causado furor entre catalanes y vascos en la última reunión de Galeuscat. El vice, de un tiempo a esta parte tan entrenado en las lides televisivas (infinitamente más que sus contrincantes de ayer), arriesgó con un traje a rayas de ésos que cualquier profesional de la tele repudia asegurando que "hace aguas". Pero Quintana sabía bien lo que se hacía: la chaqueta ya estaba probada en sesiones anteriores y el vicepresidente no hizo aguas.
A lo mejor, ya que se habla de trapos, presentaba más oleaje la camisa de Feijóo, el único político que ayer llegó con abrigo a San Francisco, un gabán azul bajo el que ocultaba su corbata blaugrana. El presidente del PP gallego apareció a la cita puntual, respetando esa subasta de puestos que le obligó a entrar el primero. Eso, en realidad, no le perjudicó, porque luego fue el mejor pintado. A Quintana en cambio, que entró tan tarde, no le dio tiempo a retocarse a fondo esas manos pálidas como la cera que tanto traen de cabeza a las maquilladoras. Hay quien, a las puertas del hotel monumento, comentó lo mal afeitado que parecía estar Feijóo, pero también se dijo, y esto sí hay que contarlo, que ninguno venía con caspa, ese polvo letal de la política.
Mientras los no candidatos a estas elecciones se sentaban a esa mesa redonda que ayer se vio -y que mañana irá a dar con sus aglomerados a un almacén de Mudanzas Boquete, para en seis meses ser reciclada en otro decorado-, fuera del monasterio reinaba la paz. Una decena de trabajadores de Serrabal y otros tantos sindicalistas de la CIG que se sumaron para hacer bulto llegaron a la zona mucho antes que los políticos, dispuestos a montar si no un infierno, sí un poco de bulla en esta parte de la ciudad que se llama el Valle de Dios. Pero en este debate estaba todo previsto, y las siete calles por las que podían acceder los colectivos cabreados estaban bloqueadas por un cordón policial de medio centenar de agentes nacionales. Al final, los mineros que acampan desde hace una semana en San Caetano, para defender esos puestos de trabajo que ven arrollados por el AVE, se contentaron con quedarse a 150 metros, en Xoán XXIII, perdidos en un ángulo muerto para las cámaras. Pero tocaron el bombo y gritaron lo suficiente como para que los políticos los escuchasen, e incluso lograron colarle un panfleto con sus lamentos al parlamentario nacionalista Paz Antón, el más impuntual de todos los invitados.
La policía, que pedía carnés de identidad y revisaba bolsas, mochilas y bolsillos "aleatoriamente", según le iba "pareciendo", dejaba pasar por el espacio acotado (que en algunas direcciones llegaba 400 metros más allá de los muros del convento) a los vecinos de la ciudad vieja y a los estudiantes que todavía salían de las facultades. Las fuerzas del orden andaban temerosas de los chicos de Agir, que hacía una hora se habían concentrado en O Toural. Pero, contra todo pronóstico, los independentistas que amenizaron hace 15 días una conferencia de María San Gil en Económicas no se presentaron a la llegada de los políticos. En su lugar, cuando ya Touriño, Feijóo y Quintana se habían echado el colorete, intentaron rebasar el cerco de seguridad tres decenas de activistas de la Marcha Mundial de Mulleres. Fueron los de Agir, en O Toural, los que le dieron la idea a este colectivo, que se había concentrado casualmente en la misma plaza para protestar por la agresión, ayer, a una mujer en Vigo.
Aún en el Obradoiro, las activistas, megáfono y pancartas en mano, fueron frenadas en seco por los agentes. "Queremos entrar en el debate y entregarles a los políticos un manifiesto", pidio una. "Vayan mañana a la Xunta", le contestó un poli, "ustedes no pueden pasar al mitin".
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