Cháchara
Hay que estar muy despiertos. No es raro que en campaña electoral se hagan promesas inverosímiles, asombrosas: que se ofrezca más de lo mismo... "y un par de huevos duros", como añadía Groucho. No es extraño que algunos candidatos mientan conscientemente, amparándose en el ruido y en la confusión. Tampoco es infrecuente que se aproveche el momento para manipular. Quien manipula fuerza la creencia o la acción de alguien mediante manejos, maniobras. Se dice que es en el latín vulgar del siglo XII cuando aparece por primera vez el verbo, que por entonces no tiene un sentido negativo, peyorativo. En aquel tiempo, manipulare significaba llevar a un ciego de la mano, una tarea compasiva o humanitaria.
Utiliza frases hechas, tópicos que suenan bien, fórmulas insípidas, perogrulladas
Con la mano guiamos a quien no ve, a alguien que en principio no sabe si lo llevamos por el camino adecuado. Es decir, al ciego se le puede engañar. Ahora bien, por pura supervivencia, por amor propio, por suspicacia incluso, los invidentes no lo fían todo a los otros, a la mano de los otros. Por ello aguzan sus restantes sentidos. Valiéndose de su experiencia y de su intuición, perciben cuándo se les guía de manera recta o equivocada. Por muy despiertos que podamos estar, los ciudadanos somos como el ciego de la metáfora: hemos de hacer ejercicios de vislumbre que nos permitan distinguir la información de la confusión, los hechos y su sentido recto de la amalgama confusa. Lo aprendí hace muchos años en un libro justamente titulado Manual de autodefensa comunicativa.
He leído el manifiesto de un candidato local. Se titula Contrato con los valencianos. Está pensado, en efecto, como un acuerdo con sus votantes: es una sucesión de formulaciones muy sonoras que pueden ser leídas en voz alta. Es lo que yo he hecho: recitar con la mejor entonación posible ese manifiesto. Lo he hecho y no doy crédito. ¿Cabe mayor afectación? La prosa -que es insustancial y redicha- recuerda la letra de una canción ligera, ligerísima: un repertorio de cosas obvias, contradicciones, tautologías, falacias, repeticiones, declaraciones enfáticas y verbosidades. Tan poquito parece confiar el propio candidato en su Contrato que ha tenido que marcar con negrita lo que el elector debe leer, saltándose así la ganga verbal. Supone -imagino- que repasando esas negritas hallaremos el compendio de cada cláusula y la lógica de dicho manifiesto. Yo he completado de principio a fin la lectura y, otra vez, no doy crédito.
"No sé si tengo razón", empieza diciendo el candidato con humildad impostada. Para responderse, añade inmediatamente: "Sólo sé que creo en mi tierra". Más adelante insistirá precisando algo más: "Creo en mi tierra y creo en su gente". Ah, pues está muy bien. ¿Pero en quiénes cree concretamente? El candidato los detalla con cierto desorden expositivo hasta completar su enumeración: dice creer en las amas de casa, en los pensionistas, en las parejas que buscan su primera vivienda, en los próximos licenciados, en los jóvenes empresarios, en el agricultor, en el fontanero, en el pescador, en los hombres y en las mujeres. ¿Y por qué en éstos y no en otros? El candidato no nos lo aclara. Como un líder carismático e inspirado declama: "Soy yo el que habla ahora pero mi voz no está sola. Mi voz son muchas voces".
Admitida esa polifonía, el candidato insiste en repetir lo dicho, quizá porque esa formidable declaración ("Mi voz son muchas voces") es expresión de un anhelo compartido. "Muchas voces que solo dicen una cosa: unidos somos más, más iguales, más justos, más solidarios". Si se habla de ser solidarios, entonces es probable que seamos generosos. En efecto: "La generosidad de España y de la tierra valenciana nos ha hecho generosos", acepta. Pero la esplendidez hay que organizarla, se dice; de ahí que piense metafóricamente, en términos futbolísticos. "Queremos al frente del equipo un entrenador que le dé más minutos a todos los jugadores, no un entrenador que considere a nadie intocable, ni permita que nadie se quede en el banquillo". Etcétera, etcétera.
Lo he tenido que leer varias veces: es un bla bla bla interminable. Me recuerda la letra de un himno entonado con musiquilla y coros dominicales: pronunciado con campechanía, con ese tono condescendiente de quien quiere hacerse popular y accesible. ¿Engaña? Más que mentir, en realidad embarulla con palabras huecas. Traten de poner en negativo esas afirmaciones que reproduzco. No les será posible: nadie las suscribiría, luego... no significan nada. Es ruido y redundancia, ocupa el espacio sonoro y verbal con reverberaciones. Utiliza frases hechas, tópicos que aparentemente suenan bien, palabras cargadas de sentimiento, fórmulas insípidas, perogrulladas; plantea elecciones que no son tales, adula el oído.
El filósofo norteamericano Harry G. Frankfurt tiene un libro titulado On Bullshit. ¿A qué lo dedica? A la charlatanería, a esas paparruchas que soltamos cuando no nos mordemos la lengua, a esas monsergas que no significan nada: a esos enunciados vacíos que se escapan como flato, vaho o pedo. O, mejor, a ese lastre que soltamos sin mayor compromiso. En efecto, cháchara en inglés se llama bullshit, literalmente caca de toro: la charla trivial y sinsentido que se acumula como un excremento. ¿Me preguntan cómo se llama el candidato? Me estoy mordiendo la lengua para no dar nombres... No quiero hacerle la campaña. ¿Recuerdan a aquel candidato quimérico llamado Jorge Juan, aquel que en las pasadas elecciones proponía una Valencia con estilo? La palabrería amena e inauténtica del Contrato es un calco de las propuestas glamourosas de aquel visionario. Jorge Juan era un aspirante de pega, pero obtuvo votos; en cambio, el candidato del Contrato -que se da mucho rumbo- es real, se postula de verdad y obtendrá escaño. Lean, lean la letra pequeña o negrita del convenio, hagan vislumbres. Como decía Groucho, es "la parte contratante de la segunda parte".
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