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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Columnistas sobre Kosovo

En las últimas semanas han proliferado en EL PAÍS los expertos en Kosovo. No acierto a entender por qué la mayoría de estos expertos muestran tanto empeño en reescribir la historia contemporánea de aquel país. Porque, al cabo, lo que estas gentes nos cuentan sin más es que, a la hora de sopesar conflictos como el kosovar, hay que otorgar una radical primacía a las leyes de los Estados y rechazar ontológicamente todo aquello que se oponga a esas leyes. Aunque la norma correspondiente tiene respetabilísimas dimensiones, en los labios de muchos parece una argucia encaminada a imponer un cerrojo a cualquier demanda de autodeterminación y secesión, toda vez que, como es sabido, los Estados no suelen ser muy propensos a reconocer estos horizontes. Expresada como lo hacen los expertos de nuevo cuño en el conflicto kosovar, se traduce sin más en la afirmación de que no importa cómo nacen -democráticamente o no- las leyes de un Estado ni importa lo que puedan hacer los gobernantes de éste. Ni siquiera el despliegue de una conquista militar y de lo que se antoja un genocidio en toda regla -el caso de Chechenia, sin ir más lejos- invita a cuestionar la primacía radical de las leyes del Estado responsable de una y otro. Tampoco está de más que recuerde -parece- que el hecho de que la Autoridad Nacional Palestina no pueda acometer una declaración de independencia hunde sus raíces, de nuevo, en la primacía otorgada a las leyes de un Estado, Israel, y ello por mucho que conste que éste es el ocupante ilegal de los territorios en los que se cimentaría un imaginable Estado palestino.

No quiero engañarme en demasía: a los expertos en Kosovo que han proliferado en los últimos días nada les importa lo que ocurre en ese rincón de los Balcanes occidentales. Hablan aparentemente de Kosovo para referirse a lo que podría ocurrir entre nosotros. Y en eso es en lo que piensan cuando le otorgan una incontestada -y me temo que bien poco meditada y escasamente democrá-tica- primacía a las leyes de los Estados.

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