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Columna
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Dos derechas, dos izquierdas

Las elecciones del día nueve son triples. Entre derecha e izquierda, sí. Pero también, dentro de la derecha y dentro de la izquierda. No estamos solo ante la posibilidad de un simple cambio de Gobierno. Parece que este país no puede tener unas elecciones aburridamente democráticas como Dios y la tradición europea mandan. Tal vez todo sea fruto de esa anomalía histórica, por decirlo suavemente, que fue el franquismo y cuyos coletazos, como los rabos moribundos de los lagartos, se prologan aún. Lo cierto es que en casi todas las elecciones generales los españoles se juegan algo más que la lógica alternancia. Las interferencias han sido muchas: los intentos de golpe de Estado en la transición, las presiones atlantistas del final de la guerra fría, la sumisión de José María Aznar a los intereses de la ultraderecha norteamericana. Ahora, como un epifenómeno de la larga transición, nos quedan los obispos, tipos espectaculares por sus vestimentas y sus trasnochados discursos en nombre de Dios, pero, a fin de cuentas, una anécdota, pura comparsa, de los intereses en juego.

La forma cómo se ha saldado el enfrentamiento entre Gallardón y Aguirre avanza con claridad la cuota de poder que tendría la llamada derecha moderada tras un hipotético triunfo del PP. Cero patatero. Por el contrario, una nueva derrota de Rajoy abriría una batalla interna en la que el PP podría plantearse la superación de la herencia aznarista, de forma que el concepto "derecha civilizada", dejara de ser en España algo más que una leyenda urbana.

En el campo de la izquierda también es mucho lo que se juega. Y no porque Izquierda Unida vaya a ser más o menos decisiva. A pesar de los esfuerzos de su líder, Gaspar Llamazares, apenas puede aspirar a repetir resultados. Máxime tras el desastre de Valencia, donde el sectarismo de Glòria Marcos se ha juntado con la irresponsabilidad de Isaura Navarro y, como consecuencia de la división, el escaño de Esquerra Unida podría ir a parar al PP. Ambas han conseguido dejar a sus votantes y a los del Bloc Nacionalista sin más alternativa electoralmente rentable que votar a María Teresa Fernández de la Vega.

Una vez más el futuro de la izquierda en España va a depender de los resultados que obtengan los socialistas. Si Zapatero perdiera las elecciones se abriría en el PSOE una crisis de consecuencias profundas. José Bono, que nunca ha ocultado sus ambiciones, aspiraría a pilotar los restos del naufragio con el apoyo del viejo aparato del partido. Zapatero lidera un PSOE modernizador que además de avanzar en la política social (Ley de Dependencia) ha abordado sin complejas cuestiones como la deslegitimación del franquismo (Ley de la Memoria Histórica), las relaciones con EE UU (salida de las tropas de Irak), la concepción federal del Estado (reforma de los Estatutos), o las nuevas realidades de la familia (matrimonios homosexuales). Una segunda derrota del PP le abriría la posibilidad de avanzar en las reformas. Por el contrario, Bono, aunque solo fuera como líder de los escaños de penitencia de la oposición, representaría la vuelta del discurso de los paños calientes con los poderes fácticos y el regreso del nacionalismo español en su versión más pizpireta.

Nada va ser igual en España después del 9 de marzo.

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