Se acabaron las balas de fogueo
Zapatero y Rajoy encaran con el debate de esta noche la fase decisiva de la campaña
Aquel muñeco que atravesó el océano en el baúl de la tía Ermelinda olía a función de ópera, a retazos, a pomada para las noches sin sueño. Y añade Adriano González León en su novela Viejo: "Olía a lo que era: a porcelana. Todas las porcelanas huelen a lo que recuerdan". Así son los mítines. Huelen a los recuerdos de quienes, ya convencidos, enarbolando banderas rojas o azules, se acercan a escuchar a Zapatero en Sevilla o a Rajoy en Burgos como antes lo hicieron a Felipe o a Aznar, con entusiasmo. Porque un mitin es eso, un acto de fe, un cheque en blanco, una misa laica donde la disposición del creyente es mucho más importante que la palabra del sacerdote.
-¿Y esto no lo dijo también ayer?
Los periodistas que siguen a Zapatero y a Rajoy por toda España coinciden en el dato: un 90% del discurso de uno y otro se repite de mitin en mitin, de ciudad en ciudad. "Cambian, siendo generosos, el 10%". Dos o tres frases distintas, a lo sumo cuatro, pronunciadas cuando un piloto situado al final del pabellón les indica que la televisión está en directo. El resto es un mecanismo de repetición. Argumentos puestos del derecho y del revés, chascarrillos lanzados al aire enfervorecido del mitin con mayor o menor acierto.
-Les voy a contar una cosa en voz baja...
Cuando Rajoy dice eso ante su auditorio, da igual que esté en Córdoba o en Burgos, los periodistas de su caravana ya saben que en un rato no tendrán que apuntar. El líder del PP dramatizará -aunque soltando alguna que otra mentirijilla- el diálogo entre Zapatero e Iñaki Gabilondo que captó un micrófono indiscreto. El público poco exigente de todos los mítines -en eso no tiene la exclusiva ningún partido- le reirá la gracia, pedirá más caña y aplaudirá con rabia. Luego, el candidato -como un torero en una buena tarde- saldrá del hotel o de la plaza entre los apretones del respetable, cansado y contento, con el ego en su sitio, dispuesto a repetir el mismo discurso unas horas después.
No obstante, los mítines de ayer cerraron el primer capítulo de la campaña. Hasta ahora, las balas utilizadas eran de fogueo. La carrera electoral, a la que aún quedan dos semanas, ha sido un toma y daca de argumentos ya usados durante los últimos cuatro años, y también un ensayo general con público del tono y el estilo que esta noche ambos representarán ante las cámaras de televisión. Los mítines de Zapatero en Sevilla y de Rajoy en Burgos constituyeron la última prueba del traje que lucirán hoy ante millones de españoles. Un traje que por culpa de la desconfianza que ha presidido desde el principio la preparación del debate será ajustado y rígido como un corsé. Todo, absolutamente todo, está medido al milímetro. Los asistentes de Zapatero y Rajoy tendrán bajo vigilancia a los profesionales encargados de retransmitir el duelo para que ni la famosa mosca de televisión se atreva a acercarse a uno sí y a otro no.
Todo el mundo tiene asumido que el duelo -tejido con tanta expectación- marcará con toda seguridad el resto de la campaña. Lo que ha sucedido hasta ahora -resbalón de Pizarro incluido- ha ido sirviendo para probar las propias fuerzas, para saber de cuántas disponía el contrario. Al PP, en general, se le ha visto más temeroso que al PSOE. Los escenarios elegidos para los mítines pueden servir de indicadores. Un día antes de que Zapatero llenara la plaza de toros de Valencia con unas 20.000 personas, Rajoy también triunfó en un hotel de Córdoba. El problema fue que el salón de actos elegido era tan pequeño que el acto se convirtió en un mitin sauna. Las señoras salieron de allí sudando la gota gorda, felices de haber visto tan de cerca a su líder, pero constatando -siempre desde el cariño- la falta de previsión o tal vez de confianza en las propias fuerzas. Casi la mitad de la concurrencia tuvo que quedarse fuera. Pero nadie protestó.
-¿Te acuerdas de la caña que dio aquí Guerra aquel día?
Ayer Guerra, Alfonso Guerra, también estuvo en el mitin de Sevilla. Pero sentado en primera fila. Sin abrir la boca. Ante la sorpresa de propios y extraños, el candidato número uno del PSOE por Sevilla no subió a la tribuna de oradores. No hubo explicación oficial, pero lo cierto es que los simpatizantes socialistas se quedaron con las ganas de escuchar a su paisano. Tampoco estuvo en Dos Hermanas el ex presidente del Gobierno Felipe González.
Si los mítines, como la porcelana, huelen a los recuerdos, al de ayer en Sevilla le faltó mucho aroma.
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